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La pareja estable es uno de los últimos reductos contra el capitalismo más feroz

La monogamia en tiempos de Tinder: Parejas que llevan (mucho) tiempo juntas nos cuentan su secreto

La socióloga y escritora marroquí Eva Illouz, autora de una docena de libros traducidos a diez idiomas, desarrolló en obras como ‘El consumo de la utopía romántica’ (2000) o ‘La salvación del alma moderna’ una singular teoría: la pareja estable es uno de los últimos reductos contra el capitalismo más feroz. Una tesis que hoy puede sonar chocante para muchos, en un tiempo en que conceptos como poliamor o relaciones abiertas parecen estar a la orden del día y ser sinónimo de modernidad, libertad y apertura.

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Illouz era contundente: frente a la práctica de consumir parejas sentimentales o sexuales como quien compra camisetas en unos grandes almacenes, incluso ante la omnipresencia en el imaginario colectivo del amor romántico y utópico -ese que nos hace sentir mariposas en el estómago y que, en realidad, apenas dura unas pocas semanas o meses- quienes apuestan por una relación estable y duradera forjan una alianza que, en su opinión, no conviene al sistema, más interesado en que el amor y el sexo sean meros objetos de consumo. La búsqueda del placer inmediato no casa bien con la monogamia de larga duración.

Años después de aquellos libro, algunos datos parecen dar la razón a Illouz. Aplicaciones como Tinder se han convertido en herramientas fundamentales para cambiar de pareja con una facilidad pasmosa. El pasado 2017, la app para ligar por excelencia se coló en el sexto lugar de la lista Forbes de las diez que más beneficios generaron, con unos ingresos de 1.805 millones de euros. Las separaciones y divorcios siguen creciendo (en 2017 aumentaron un 1,2% hasta alcanzar los 102.341, lo que implica seis de cada diez matrimonios) y lo que hace no mucho hubiera sonado casi antiguo -reivindicar la monogamia y la estabilidad que aporta una pareja de larga duración- hoy casi parece atrevido, incluso revolucionario para algunos.

Miedo al vínculo

“El consumo de cuerpo y la mercantilización de los afectos no ayuda a que nos vinculemos”, opina Adriana Royo, terapeuta, asesora psicológica y autora del libro ‘Falos y falacias’, en el que analiza algunos de los mitos construidos alrededor del sexo y las relaciones de pareja. “Estamos tan individualizados que el vínculo nos aterra: hay miedo a abrirse al otro y que nos cambie”.

A diferencia de Illouz, Adriana Royo no tiene claro que a la sociedad actual le interesemos solteros. “El capitalismo ha conseguido comerse y tragarse muchas de las opciones de vida. Es muy contradictorio”, reflexiona. “Por una parte le interesa que nos individualicemos y consumamos. Que no necesitemos a la comunidad y nos aislemos, y en ese sentido la pareja podría ser un refugio. Pero al mismo tiempo, le viene muy bien que tengamos relaciones monógamas, exclusivas, confrontativas y excluyentes. Ponernos a unos contra otros en vez de vivirnos como una red afectiva. Eso nos resta libertad real”.

“La ternura es lo que se está perdiendo frente a la hipersexualización”, apunta Royo. “Nuestra sexualidad es de la industria, de la pornografía, de Hollywood, mientras por otro lado nos obligamos a nosotros mismos a tener relaciones monógamas. Nos quieren consumidores ahogados, que sientan culpa por pajearse. Frente a ello, creo que lo importante es aprender a amar, y eso va más allá de la pareja como núcleo. Porque el consumidor no ama, sino que busca la permanente satisfacción a través del consumo. De hecho, nos quieren permanentemente insatisfechos”.

Frente a un panorama como este, localizamos a parejas que han conseguido, no sin los inevitables altibajos y periodos de crisis, encontrarse satisfechos en la monogamia. También, encontrar la fórmula de lo que algunos psicólogos y sociólogos llaman “amor compañero”. Ese que no se basa en la chispa o la pasión, sino en la confianza, la estabilidad y, por qué no, también la rutina. El mismo que permite a sus miembros tirarse un pedo bajo las sábanas sin temor a que la relación termine abruptamente o llegar a casa con más ganas de ver el último capítulo de una serie que de entregarse a una noche de pasión desenfrenada.

“Marta y yo llevamos juntos… 16 años”, cuenta Edu tras un par de segundos echando cuentas. Abre mucho los ojos y, acto seguido, sonríe. “Teníamos 18 años cuando empezamos. ¡Joder, cómo pasa el tiempo!”, exclama. “No voy a decir que todo ha sido un camino de rosas: hemos pasado épocas muy difíciles. Durante los primeros años discutíamos constantemente, e incluso estuvimos separados una temporada. Pero creo que con los años cada uno ha ido puliendo o tolerando las manías que molestaban al otro, y hoy en día nos entendemos mucho mejor”.

“Lo mejor de tener una pareja estable es no tener que fingir lo que no eres”, asegura Edu. “Nos conocemos a un nivel extremo. A veces da hasta un poco de miedo”, bromea. En el lado contrario de la balanza también hay cosas negativas: “Esa manera de vivir sin secretos puede ser en ocasiones más aburrida y monótona. El sexo es mucho menos frecuente que al principio”, lamenta. “A estas alturas, y conociéndonos tan bien, es difícil que nos sorprendamos el uno al otro, para bien o para mal”.

Independencia y confianza

¿El secreto de la estabilidad? Edu cita varios. “Te diría lo típico: la fidelidad, el respeto, el apoyo mutuo… Sí, son importantes. Pero ante todo creo que es fundamental ver la vida de forma parecida, con valores similares. También conservar la independencia: es importante que cada uno haga sus planes y tenga sus propias amistades. Ah, y tener buenas conversaciones y reírse juntos: el día que me deje de reír con mi chica empezaré a preocuparme mucho”.

Marta coincide con Edu en varios puntos: “La confianza es, al mismo tiempo, lo peor y lo mejor de una relación larga”, cuenta. “De hecho dicen que da asco, y es cierto: a menudo acabas abusando de ella. Y sí: a veces se echa de menos la emoción del principio, algo que no siempre se supera. Pero en mi caso ya no echo de menos nada. Al contrario: siempre digo que la gente que no tiene pareja es a la que veo más perdida y desequilibrada emocionalmente. Ojo, que tener pareja estable no es la solución a todos los problemas: hay que saber vivir solo. Pero creo que el apoyo que te da una pareja, el saber que está ahí para quererte y apoyarte, es fundamental para estar bien”.

En cuanto a los secretos para mantener la relación a flote, Marta señala también varios: “Hay que saber ceder: no puedes estar dándote de hostias con una pared constantemente. Y hay que hacerlo por ambas partes: si ninguno de los cede, chungo. Y si siempre cede el mismo, chungo también. Además, creo que no basta con compartir gustos o aficiones: hay que tener proyectos en común. No es nuestro caso, pero para mucha gente ese proyecto es un hijo. En realidad puede ser cualquier cosa. Y ni siquiera es imprescindible que se acabe haciendo realidad, pero sí que que esté presente. Tener un proyecto es clave para formar equipo, y ahí es donde vas a ver si realmente encajas o no con esa persona”.

Tener un hijo: la prueba del algodón

Ese proyecto en común de tener un hijo fue una decisión trascendental en la historia de Sara y Paula: la tomaron cuando llevaban seis años juntas. Y aunque feliz, Paula no recomienda un proyecto como ese a nadie que no lo tenga absolutamente claro. “Un hijo complica la relación en el 100% de los casos”, asegura. “Las parejas que pretendan arreglar sus problemas formando una familia acabarán separándose, seguro: el hijo es la prueba del algodón. Para que la pareja funcione tiene que haber otro cemento, porque los hijos te ponen la vida patas arriba”.

En su caso, ese cemento está claro, y se forja a base de tres palabras: “respeto, tolerancia y solidaridad”. También las ventajas de tener una pareja estable. Paula valora cosas como “no estar todo el día en la esquizofrenia de tener que impresionar al otro, o con la espada de Damocles de preguntarte constantemente si la relación va a tener continuidad”. ¿Lo peor? Paula tampoco duda: “La convivencia. A veces es misión imposible, sobre todo en una época en la que nos hemos acostumbrado al hedonismo y al yo decido. A veces te cagas en ti misma por haber elegido vivir con alguien y no estar sola y tranquila”, ríe. “Ah, y luego está la familia política: a veces es un grano en el culo”.

Sara coincide en algunas de las ventajas e inconvenientes. “Lo mejor es la solidez y la sensación de pertenecía y respaldo que te da una pareja tan longeva”, cuenta. “Pase lo que te pase tu pareja va a estar ahí, en casa, apuntalando de algún modo tu vida, escuchando tus miedos que evolucionan contigo, ayudando al equipo en que te conviertes tras tantos años y conociéndote tan íntimamente que la comunicación no es que a veces sobre, sino que se vuelve más fluida”.

En el lado contrario, Sara recuerda conceptos tradicionalmente asociados a las parejas de larga duración como “la rutina, lo vulgar, el tedio y el conformismo”. En su opinión, “saber a ciencia cierta lo que vendrá mañana, pasado y dentro de tres meses debe mantenerte alerta: no debes dejar que te devore. Porque a veces, aceptar que vives en lugares tan comunes resulta muy difícil de encajar”.

Con todo lo dicho, una cosa está clara: el amor, entendido desde el romanticismo que nos venden en las películas o en los anuncios de colonia, no es para siempre. Mantenerlo vivo y en buen estado de salud no siempre es fácil, y los consejos que le sirven a una pareja pueden ser del todo inútiles para otra. Y es que a menudo, las experiencias ajenas plantean más preguntas que respuestas: esas sólo las podrá encontrar cada uno en su propia manera de vivir, ya sea en pareja, en solitario o alternando ambas de manera intermitente.

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