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MUJERES CONTAGIADAS DE SIDA POR CULPA DE MARIDOS ADÚLTEROS

Mi marido me contagió el virus del VIH

Históricamente, el VIH se ha relacionado con perfiles muy concretos: hombres homosexuales, yonquis, prostitutas y gente promiscua. Pero lo cierto es que el VIH puede afectar a cualquiera. Dos mujeres que fueron contagiadas por sus maridos nos cuentan el difícil camino de aceptar y convivir con tu enfermedad cuando el VIH era algo "que no iba a pasarte a ti, algo que les sucedía a otros".

-Lazo rojo, símbolo de la lucha contra el VIH.

Lazo rojo, símbolo de la lucha contra el VIH.EFE/Archivo

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En medio de una fiesta, mi amigo B. me susurró: "Tengo un tema para ti". Mi amigo, que tiene el virus del VIH desde hace quince años, acude regularmente a la unidad de enfermedades infecciosas de la Seguridad Social.

Los parroquianos de la sala de espera casi se reconocen entre sí, respondiendo más o menos a un mismo patrón: hombre varón homosexual de 20 a 50. Hay, por supuesto, algunas excepciones que rompen este patrón tan fiel a la idea de persona con VIH que tendrá en la cabeza el ciudadano medio: algún adolescente, dos o tres hombres por encima de 60, mujeres que se dedican a la prostitución. "Y luego están ELLAS", dijo B., abriendo mucho los ojos con cierta malicia.

Debí de fruncir el ceño unos segundos antes de comprender, y antes de que B. me confirmase lo que había creído comprender: "Son las pijas del sida, tía. Mujeres que pensaban que el VIH era algo lejanísimo, ¿sabes? Algo que le pasa a un yonqui, a un marica, a un negro, a una puta, e un yonqui, pero no a ellas", reveló B., con una risa que dejaba ver cierta malicia festiva, pero también mucha ternura.

Parece que no puede pasar, pero pasa. El esquema suele ser similar: mujeres de clase media, clásicas en su vida y su apariencia, con aspecto de estar felizmente casadas. Y absolutamente desinformadas sobre las ETS.

Esperan sentadas en la sala de espera, mirando hacia otro lado o al infinito, como si lo del VIH no fuese del todo asunto suyo, aún angustiadas por la noticia recibida quizás hace ya años, pero aún mantenida en secreto en su entorno, o quizás pretendiendo mantenerla en secreto para siempre.

Agarradas a sus bolsos, con las mechas intactas, la manicura hecha, las perlitas, los vaqueros: chicas tirando a clásicas, mujeres a las que nadie pensó que el VIH podía llegar a rozar siquiera. Ellas son las primeras sorprendidas. ¿Por qué habría de tener VIH una mujer casada o en una relación de pareja heteronormativa, monógama, con su trabajo, su casa, su coche?

"Lo primero que piensas es que ha habido un error, ni siquiera te pones nerviosa porque sabes que es imposible", dice Ruth. Tiene 37 años, es contable en una empresa de muebles, y obtuvo su diagnóstico de VIH hace tres años, pocos meses después de divorciarse.

"El matrimonio no iba bien, sabía que él había tenido alguna aventurilla, pero jamás me imaginé que esa aventurilla consistiese en acostarse con un montón de mujeres sin ningún tipo de protección", confiesa. Se mantiene entera en todo momento, e incluso sonríe: hay muchos cambios de mentalidad y mucha terapia detrás de esa calma.

"Cuando ves que es cierto, te hundes en un pozo negro", recuerda Natalia. Natalia tiene 40 años y trabaja como organizadora de bodas. Cuando le diagnosticaron VIH, era una recién casada de 30 años. Su novio, fotógrafo, había estado de viaje por Italia con amigos recientemente. A la vuelta, se casaron.

"Unos ocho meses después me hicieron pruebas para donar sangre para el padre de una amiga, y de pronto recibí la llamada en la que me citaron en el centro de salud. Yo pensé que me iban a decir que estaba embarazada, fíjate", dice. Natalia, al igual que Ruth, no dio crédito, se enfureció, culpó a los médicos, enloqueció. "¿Cómo iba a tener VIH, si en toda mi vida sólo me había acostado con el que acababa de convertirse en mi marido?", recuerda con tristeza.

Más tarde, en el grupo de terapia al que las remitieron en el hospital, las dos descubrieron que había muchas más como ellas. "Inocentes, engañadas, aterrorizadas. No estábamos preparadas para algo así, porque jamás habíamos contemplado que podíamos tener algo así. Es algo que, aunque suene feo, no pertenece a tu mundo. O eso te hace creer el entorno, la sociedad", sentencia Ruth con dureza.

Lo que dice es más que cierto: nos hemos acostumbrado a relacionar el VIH con ciertos sectores de la población, y, por mucho que un hombre engañe a su novia sin usar protección -o viceversa, aunque la mayoría de los casos se producen a la inversa- jamás se nos ocurre pensar que el VIH puede hacer mella en esa pareja tan clásica y convencional que cena en una terraza junto a la playa.

"Piensas que eso sucede en otro lado; no tiene lugar en tu vida. Al aceptarlo, al darte cuenta de que en efecto te ha tocado a ti, empiezas a aprender muchas cosas, a ver el mundo de una forma distinta", dice Ruth.

Tanto Ruth como Natalia, al hablar de su estado serológico con su ex marido y su marido, respectivamente, vivieron el drama más absoluto: desencuentros, rechazo, situaciones violentas y tremendamente dramáticas.

"Mi marido se hundió absolutamente. No podía ni hablar. Se echó a llorar y me pedía perdón sin parar, pero no me explicaba nada. Poco a poco, le fui sacando la verdad: que se había acostado con una desconocida en el viaje que había hecho a Italia. Después salió a la luz otra infidelidad del pasado, siempre sin protección. Estaba destrozada, sin saber qué hacer ni a quién acudir", recuerda Natalia.

Cuando Ruth llamó a su ex marido para contarle la noticia, este le respondió con una frialdad extraña, un silencio que le indicó lo más terrible: él ya sabía su diagnóstico desde hace unos meses, pero había optado por huir de la situación, no llamarla, hacer como si nada hubiera pasado. "Después, por amigos de amigos suyos, fui sabiendo que se había acostado con otra mujer estando conmigo, y que en una cena de empresa se habían ido de putas a un lugar en el que se ofrecía sexo a pelo", explica Ruth.

A pesar del horror vivido, las dos coinciden en que tuvieron un pensamiento fugaz, una esperanza remota, a que la solución no estuviese en enfadarse con los hombres que les habían transmitido la enfermedad, sino precisamente en todo lo contrario.

"Yo pensaba: ¿Quién me va a querer a mí ahora? ¿No será mejor que me vuelva a juntar con él? Estando los dos enfermos, no iba a haber ningún miedo", recuerda Ruth. "Pero ya es imposible; algo se rompe. Te ha engañado, es responsable de lo que te ha pasado. No puedes sentir lo mismo, está todo estropeado", concluye Natalia.

Los primeros tiempos tras el diagnóstico fueron una espiral de horror. "Te quieres morir, piensas en el suicidio, y encima no tienes a nadie que te acompañe, porque te mueves en un entorno en el que nadie va a entender lo que te pasa", explica Natalia.

Obviamente, Ruth y Natalia no son los nombres reales de Ruth y Natalia. Las dos mantienen su estado serológico en secreto frente a familiares, compañeros de trabajo y antiguos amigos. "Te ves forzada a crearte un nuevo mundo en el que el VIH tenga cabida, porque, quieras o no, vas a tener que vivir con él. Entras, por pura necesidad, en entornos más tolerantes, que saben ver la enfermedad de una forma sensata y saben incluso bromear con ella", dice Ruth.

Tanto la una como la otra, además de haberse hecho grandes amigas y aliadas, se han hecho amigas de grupos de hombres gays. "Cuando salgo con ellos, me siento aceptada, me lo paso bien, estoy relajada. Las pocas amigas de antes del diagnóstico a las que se me ocurrió contárselo, poco a poco se fueron alejando", dice suspirando con resignación. Su amigo Ángel, que la acompaña, también es seropositivo, y pertenece a ese grupo de amigos gays conocidos en terapias y grupos de apoyo. Bromea con la cuestión social, y señala a Ruth y Natalia diciendo: "A estas las llamamos las mariliendres sidosas. Siempre decimos que, si no les hubiera pasado esto, nunca nos habríamos conocido".

Ángel destaca además lo increíble que es ver lo diferente que es la percepción del VIH en un entorno acostumbrado a él y en uno que sigue viéndolo como una enfermedad de yonquis. "Un gay que tiene VIH puede dar la cara en el mundo honosexual, puede incluso ligar por Grindr diciendo su estado serológico, puede tener novio. No digo que sea lo más fácil del mundo, porque no es fácil, pero se acepta mejor", explica. Esta situación no se da en el caso de Ruth y Natalia. Viven, de alguna forma, desclasadas dentro de su grupo social.

"Es dificilísimo encontrar a un hombre hetero que quiera acostarse contigo, aunque le expliques que gracias al tratamiento eres indetectable, que no puedes transmitírselo, que incluso podrías tener hijos completamente sanos", dice Natalia con cierta pesadumbre. Ella llegó a tener una relación de tres años con un hombre después de saber su estado serológico, pero el VIH teñía la relación, y ella era consciente de que él sentía miedo constante.

En el caso de Ruth, diagnosticada hace tres años, aún no se ha acostado con nadie. "Antes de esto, yo sólo me he acostado con el que ahora es mi ex. Y mira lo que sucedió. Es inevitable crear un vínculo entre el sexo, el amor y algo malo que me pasó. Es un tema que trabajo mucho en la terapia, junto con la ira y el odio hacia mi ex, pero por ahora me siento incapaz", confiesa.

Tanto Ruth como Natalia, a pesar de ser reticentes a la hora de dar la cara en medios, son activistas del VIH, e insisten en que les ha cambiado la vida, y no sólo para mal.

"Hay otras mujeres como nosotras a las que simplemente se la ha estropeado. No han podido dar el paso de liberarse del estigma. Piensa que nosotras dos hemos dado la cara, pero que hay muchas que están hundidas en su casa desde hace años, autoexiliadas, sin nadie con quien compartir lo que les pasa. No es lo mismo decirle que tiene VIH a un hombre homosexual, que conoce casos, que vive en un entorno comprensivo, que soltarle la bomba a lo que éramos nosotras", dice Ruth con una sonrisa.

"Éramos unas señoritingas pardillas que no sabían nada de la vida, y esto ha sido como un palo de realidad", concluye Natalia.

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