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EN ALGUNOS AMBIENTES NO IMPORTA NADA

De la indiferencia a las caras de asco: ¿es para tanto no depilarse?

Hablamos con varias mujeres para las que la depilación es algo extraordinario. Abordamos cómo empezaron a rebelarse contra esta estricta norma estética, qué repercusiones les ha traído a lo largo de la vida, cómo lo llevan a día de hoy. ¿Es posible que tu entorno cercano se acostumbre y no le dé importancia? ¿Y que la gente en los espacios públicos deje de arrojar miradas de horror a tus piernas peludas?

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Susana tiene veinticinco años y nunca le hizo ilusión la idea de deshacerse de sus pelos: “Al entrar en la pubertad mis amigas parecían estar deseando depilarse, supongo que querían sentirse mayores y más atractivas. Cuando te depilas por primera vez es un paso importante. A mí me parecía un engorro y decirlo abiertamente me trajo algunas de las primeras miradas de desaprobación que recuerdo. Algunas de aquellas chicas empezaron con doce pero aún me quedaba margen. Hasta los quince o dieciséis se entiende que no es necesario del todo, pero a partir de esa edad si no lo haces eres una loca y una guarra.”

La presión, sobre todo a lo largo de la pubertad y la adolescencia, se puede volver difícil de soportar. Amparo tiene treinta y cinco años y este factor le acarreó todo tipo de burlas y desprecios: “La parte del instituto fue lo peor. El rechazo se hizo tan fuerte que sucumbí a la presión y decidí depilarme. El afeitado estaba también bastante mal visto, por cierto. El dolor de la depilación con cera, fría o caliente, me impactó muchísimo. ¿Por qué estaban todas las chicas que conocía obsesionadas con llevar al día aquello? Además me parecía caro. Me horrorizó pero pasé por el aro. A veces me lo hacía yo misma para ahorrar y me llegaban inmediatamente críticas durísimas porque vale, estaba depilada, pero no lo bastante bien. Qué pereza. En la Universidad decidí desmelenarme nada más entrar y en aquel ambiente, tal vez por ser una carrera un poco alternativa (Bellas Artes), aquello perdió mucha importancia. Fue un alivio. En otras aulas igual hubiera seguido siendo igual de tenso.”

Loli, de treinta y tres años, encontró el rechazo de entrada en su propia casa: “Un día, siendo niña, le conté a mi abuela que le tenía miedo a la depilación, a tener que hacerlo cuando fuera mayor. Ella me escuchó con tranquilidad y me dijo que si no me apetecía no tenía por qué hacerlo y aquello caló hondo en mí. Cuando tenía ya unos trece años y algunas de mis amigas se estaban empezando a depilar, les dije que no tenían por qué hacerlo, que me lo había dicho mi abuela, y me miraron como a una lunática. Buscando su aprobación, fui a una esteticista y la experiencia no me gustó nada, así que volví a mi idea inicial de pasar del tema.”

Pero la cosa cambió a medida que ella iba creciendo. Con las críticas de sus amigas podía lidiar y ya se estaban acostumbrando a este hábito. Se volvió más doloroso cuando la presión se intensificó dentro de su hogar: “En mi casa no hubo problema hasta que cumplí diecisiete o dieciocho. Mi padre, mi madre y mi hermana mayor me empezaron a agobiar con el tema, que no podía ir así por la vida, que era una impresentable, que todo el mundo iba a pensar mal de mí, que no me iban a dar trabajo en ninguna parte. Hubo broncas entre ellos y mi abuela por el tema, porque ella me seguía defendiendo. Me molestaba especialmente que el que más insistía era mi padre, se reía de mí, se enfadaba, me decía que estaba loca, que madurara de una vez. Era puro machismo, ¿qué sabía él de depilación? Me parecía una tontería enorme montar tanto pollo por unos pelos.”

Ahora bien, ¿se le arruinó la vida a Loli, como vaticinaban sus padres? “Claro que no. Durante un tiempo me gané la vida como dependienta y entendí que no me quedaba otra que afeitarme de mala gana, pero luego pasé a trabajar en una oficina y poco a poco me fui haciendo más valiente. Ahora estoy cara al público pero en una librería y no hay problema. Por supuesto, soy consciente de que para algunos trabajos esto difícilmente se puede sostener. Es una pena. Espero que cambie algún día, que llegue a no importar nada. Ojalá sea pronto.”

El camino artístico de Amparo también facilitó las cosas: “Me muevo en un ambiente donde esto no llama mucho la atención y a mí se me llega a olvidar que esto es raro. En la calle o con cierta gente de repente ves que te miran raro y digo ah, claro, los pelos. A veces hasta tardo en caer en la cuenta. Me hace incluso gracia a estas alturas, lo encuentro tan bobo, tan infantil.”

No prestar atención a las miradas horrorizadas en el metro y a los consejos manidos de ciertos familiares resulta sencillo dentro de lo que cabe, pero los padres de Loli tenían parte de razón: “Yo entiendo lo que mis padres querían decir con que iban a pensar que yo era una impresentable y no iba a conseguir trabajo y me iba a arruinar la vida por un capricho. Pero ni era tan capricho, ni por fortuna el mundo tiene sólo un ámbito. Yo no quería moverme por caminos muy estirados, de tíos en traje y mucho protocolo. Supongo que ellos no conocían otra cosa y pensaban que no había más. Por suerte sí que hay más. Pero me gustaría pensar que yo podría haber querido ser abogada o trabajar cara al público sin que tener un poco de vello corporal me perjudicara. Creo que hay lugares donde es más difícil de defender, donde sí que te van a juzgar duramente por ello de entrada y vas a tener que pelear, que demostrar más que los demás. Es absurdo, pero es así.”

¿Llama la atención esta falta de depilación en los entornos cercanos de las entrevistadas? La respuesta es unánime, entre sus círculos amistosos actuales, este factor no tiene absolutamente ninguna relevancia. Nadie se fija, nadie comenta y no son las únicas. Pero si nos ponemos a hablar de parejas sexuales, aún quedan dudas. Susana ha escuchado opiniones no solicitadas a menudo: “Estás ligando con un tío y de repente se fija y es como que se le caen un poco los palos del sombrajo, porque le gustabas pero los pelos chocan mucho con su prejuicio y te puede soltar como si nada que molas pero que por qué no te depilas un poco, que estarías mucho mejor. Da rabia porque a lo mejor a ti él también te gustaba y a partir de ese momento te despierta sentimientos muy negativos. También tuve novietes más joven que insistían con el tema y me quemaban. Ahora si me vienen con eso paso, no hay nada que discutir, si no les gusta termino la relación.”

Amparo también conserva recuerdos dolorosos que incluyen parejas de diferentes géneros quejándose y sugiriendo cambios: “Hace diez o quince años me sentía muy rara y me robaron mucha autoestima con aquellos comentarios, que al parecer siempre eran por mi bien. Ahora noto que está un poco más aceptado en general, pero sobre todo que yo he puesto un filtro muy duro y no estoy dispuesta a escuchar cosas que considero tonterías. Si me propones un cambio un día, por variar, me puede parecer divertido, pero sólo si el resto de días no me vienes con mierda. Si noto que es una estrategia para que cambie mi hábito, que hay rechazo a mis pelos, me ofendo y mi impresión de la persona cae en picado.”

Loli, por su parte, lleva varios años con la misma pareja y el tema resulta muy natural: “Para él no tiene ninguna importancia. A veces, por cambiar, porque me apetece, me recorto el pelo o lo afeito, lo que yo quiera, y a él le parecen bien todas las opciones. Pero recuerdo mucha incertidumbre alrededor de este tema hace años y creo que esa inquietud volvería con mucha fuerza si cambiara de pareja sexual a día de hoy. Reconozco que, aunque esté segura de que mi comportamiento no tiene ninguna importancia, para mucha gente sí que la tiene. Eso me generaría mucha inseguridad.”

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