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LO CAMBIAN POR UN CASTELLANO ESTANDARIZADO PARA HACER SU VIDA MÁS CÓMODA

"Sácate la mierda de la boca": Gente que cambia su acento provinciano para encajar mejor

Analizamos desde dentro cómo es cambiar de acento de manera voluntaria por estética, cómo es verlo mutar inconscientemente y cómo es la vida de quienes sienten que en su forma de hablar no hay nada que esconder.

-Plantillas escolares con el mapa de España

Plantillas escolares con el mapa de EspañaAgencias

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Rosa Ponce procede de Castilleja de la Cuesta, provincia de Sevilla, y se siente totalmente incapaz de modificar su habla. ¿Por qué habría de hacerlo? Cuando Rosa dialoga es concisa, ingeniosa, sus expresiones son ricas y están llenas de carácter. Pero al llegar a Madrid se cansó de las bromas constantes sobre el tema, sobre todo trabajando de cara al público.

Las características clásicas que se le aplican al castellano son sonoridad, aire varonil y tono de dignidad. Su acento sureño, muy similar al mío, se relaciona con el descuido, la flojera y la incultura. Recuerdo criarme yo también en Sevilla y ver a padres ambiciosos limar a conciencia el andaluz de sus hijos a costa de estar mirando por su futuro, y el caso es que algo de razón tenían. Rosa discutió hace poco con unos amigos que defendían que si quieres que te tomen en serio en una oficina de Madrid tienes que suavizar el acento.

Acento murciano

Juan Soto Ivars tenía dieciséis años y vivía en Tánger cuando el cordobés de pulido castellano Alejandro Castillo, su admirado profesor de Cultura Clásica, le dio el siguiente consejo: “Si quieres ser alguien en la vida, sácate la mierda de la boca”. Se refería al profundo acento que gastaba el joven de origen murciano. Como Juan no le guardaba especial apego a su forma de hablar, decidió hacerle caso y limpiarse la boca.

Recuerda el proceso de higienización como algo forzado, lento y tortuoso que tardó años en culminar. Al llegar a Madrid a los dieciocho aún estaba a mitad de camino y cometía errores con las eses sin parar. “Es el acento de Tánger”, se justificaba impostando un orgullo inventado, cuando en realidad se encontraba en la recta final de su abrillantamiento de hocico. Reflexionando sobre el asunto, recuerda que fue difícil y ni siquiera tiene una garantía certera de que aquella decisión le haya ayudado a prosperar, pero también sabe de sobra que el acento murciano, junto al de la mayor parte de Andalucía oriental, es uno de los más juzgados, de los que peor fama tienen.

Actualmente, Juan se lleva bien con su antiguo profesor y no se arrepiente del giro. He entrevistado a tres murcianos, los tres se habían desprendido del acento original y ninguno lo echaba de menos. No quiero decir con esto que las maneras murcianas sean feas porque me parecen una maravilla, quiero decir que están muy mal consideradas, que llevarlas puestas puede resultar un incordio.

Seseo canario

El caso de Sabina Urraca -colaboradora de Tribus Ocultas-, como es en ella habitual, lo tiene todo: “Yo he hecho dos cambios: era una niña vasca y me volví canaria para ser aceptada, y a los dieciocho me fui a Madrid y cambié otra vez por la misma razón.”.

Cree que le podría pasar en cualquier sitio: “Me espanta que no me acepten por mi acento extraño, así que lo cambio mucho. En cuanto amo un lugar, lo abrazo. Sin querer tomo cosas de gente que me cae bien cuando paso con ellos mucho tiempo. Me pasaría en cualquier sitio. No lo fuerzo, sin darme cuenta me voy adaptando. También pienso que si fuese muy canaria no me saldrían las mismas cosas de trabajo ni nada, y por supuesto no sería locutora. Estoy casi segura de que habría sido más difícil”.

Sus padres, vasco y canaria, han sentido menosprecio en ambos lugares de origen. Para complicar más la situación, su padre canta en un grupo folklórico canario, se encarga de los solos y se siente muy presionado frente al público por ser godo, que allí significa peninsular y puede contener duras trazas de desprecio.

Ceceo andaluz

Dentro de la misma comunidad autónoma también hay rangos. Una vecina mía siempre presumió de no cecear, por ejemplo, como la gente de Cádiz, y he visto gente de mi entorno infravalorando también los hablares de Jaén, Córdoba, Granada, Cáceres y, por supuesto, Murcia. También puede ocurrir, a la inversa, que el castellano en provincia reciba burlas, pero a menudo se sostienen sobre cierta mezcla de admiración, envidia y complejo de inferioridad. En cualquier caso, reírse de lo diferente sólo por ser diferente es una actitud indefendible, un auténtico aburrimiento.

Falar galego

Por otra parte, donde unos reconocen decisión a la hora de llevar a cabo el cambio, otros aseguran adaptarse de forma totalmente inconsciente. Beatriz Lobo es gallega, lleva diez años en Madrid y nunca se ha sentido discriminada, tal vez porque hacia el gallego parece haber más tolerancia: “Yo no, pero mis padres sí sufrieron discriminación, cuando vivían en Barcelona todo era menosprecio”, relata.

Su acento a estas alturas es muy leve, lo recupera cuando vuelve a casa y luego lo va perdiendo al pasar tiempo fuera, por contagio: “No es algo que pueda controlar, no intento ocultarlo ni nada. Es como que se me adosan nuevas capas sobre el gallego natal. No me interesa renunciar a esa base, es donde hablo más calentita. La cosa es que cuando alguien me dice que no tengo nada de acento, no sé cómo tomármelo, porque a veces me da la sensación de que se usa como un cumplido. Creo que se asume que es una vergüenza andar por ahí con acento de montaña”.

Adara Sánchez, sevillana que ha vivido en Barcelona y Madrid, ha percibido el mismo matiz: “A mí que no tengo un acento muy fuerte me suelen decir eso de que casi no se te nota, hablas muy bien, como si fuese algo positivo no tenerlo u ocultarlo”.

Acento extremeño

A la extremeña María Ramos un amigo le dijo que si quería ser artista mejor que se quitara el acento, pero ella no ha contemplado la posibilidad. Como no es muy marcado, también se ha extrañado ante comentarios que parecían celebrar el acierto de haberse desprendido del carácter extremeño. “Desde mi tierra ven a la gente que habla castellano como algo muy fino”, reflexiona María, para concluir que no cree que cambiar pudiera beneficiarla.

Hay algo en mantener esa característica intacta que, si consigues llevarla con convicción, te hace sentir como si estuvieras jugando siempre en casa. A Rosa le dan pena los presentadores de la tele que vienen de provincias y se les ve aprendiendo a pronunciar a marchas forzadas, buscando un perfeccionismo artificial, modelándose hacia lo estandarizado como una Eliza Doolittle tan enjabonada que ya es una persona distinta, una a la que, en muchos aspectos, le va mejor.

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