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EL ENSAYO 'PRETENCIOSIDAD, POR QUÉ ES IMPORTANTE' ASÍ LO AFIRMA

¿Y si los gafapastas fueran el verdadero motor que hiciera avanzar la cultura?

La pretenciosidad nunca ha sido bien vista. Pijos-modernos vestidos de negro tomando vino tinto en una vernissage, gafapastas trayendo a colación referencias eruditas, filósofos de bar que pronuncian en perfecto inglés o francés (o incluso alemán) los nombres de sus escritores favoritos y que hasta se saben versos de memoria. Y latinajos. La gente de la ceja alta (no nos referimos a los artistas zapateristas) que utiliza la alta cultura como una forma de distinción. Tantas vueltas se les ha dado que ya han formado un estereotipo: a veces se les ve más en los libros o las películas que en la realidad.

-Con Woody Allen no podía faltar 'Annie Hall' ¿ni 'Bananas'?

Con Woody Allen no podía faltar 'Annie Hall' ¿ni 'Bananas'?Bored Panda

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Precisamente un libro, el ensayo ‘Pretenciosidad, por qué es importante’ (Alpha Decay), de Dan Fox, viene darle otra vuelta de tuerca al asunto, pero esta vez desde el lado opuesto al habitual, desde las trincheras enemigas: Fox, co director de la (¿pretenciosa?) revista de arte y cultura contemporáneas ‘Frieze’, viene para decirnos que la pretenciosidad no es censurable sino deseable. Que la pretenciosidad es buena y, como dice el subtítulo, importante.

Para Fox, acusar a alguien de pretencioso es muestra del miedo a nuestra propia ignorancia, de desprecio o resentimiento hacia el otro y, además, no es constructivo: señalar la supuesta pretensión paraliza la discusión y el pensamiento. Se acabó, eso es pretencioso. Pero, según defiende el autor, la llamada pretenciosidad no es más que la ambición creativa, la búsqueda de la excelencia, uno de los motores que hace la cultura avanzar. “Empleada como insulto, la pretenciosidad es un elemento informal para ejercer la vigilancia de clase, un palo para atizar al que se da aires de grandeza”, escribe Fox. Para el autor las tornas giran y el verdadero esnob es el que tacha al otro de pretencioso.

El tema de la pretenciosidad, de las relaciones entre la alta y baja cultura, ya ha sido tratado prolijamente en la literatura. Por ejemplo en la ‘Genealogía de la soberbia intelectual’ (Taurus), de Enrique Serna, o en el más reciente ‘Música de mierda’ (Blackie Books), en el que Carl Wilson reflexiona sobre lo que consideramos buen gusto a través de la vilipendiada (por los más elevados melómanos) obra de Céline Dione. El célebre ‘Chavs: la demonización de la clase obrera’ (Capitán Swing), de Owen Jones, vendría a ser, en muchas de sus tesis, el negativo de este libro. El ensayo de Fox, que, por supuesto, podríamos calificar de pretencioso, tiene una línea argumental a veces difusa; otras abunda demasiado en los listados de ejemplos de lo que se trata de demostrar.

Pero también contiene muestras de, por ejemplo, porque la música popular también podría ser considerada pretenciosa desde ciertas ópticas. El rock conceptual del ‘Sgt. Peppers’ de los Beatles y las variadas referencias culturales de su portada (Karl Marx, Marilyn Monroe, Oscar Wilde o Aleister Crowley), las ínfulas filosóficas de Pink Floyd, el compromiso con su época del último Marvin Gaye… Buena parte de los fundadores del pop, del punk o del post punk británico procedían de escuela de Bellas Artes. Y Brian Eno encarnaría la máxima expresión del artista pretencioso.

También ve Fox ganas de elevarse al ámbito artístico en la exposición sobre Björk en el MoMA o en el videoclip en el que Jay Z versionea la famosa performance de Marina Abramovic ‘The Artist is present’. El mundillo donde más se dan la acusaciones de elitismo, claro está, es el del arte contemporáneo, que el gran público observa con una mezcla de incomprensión, sentimiento de inferioridad y misterio. “Para mucha gente, el arte contemporáneo es sinónimo de elitismo y falsa afectación mucho más que de de experimentación creativa y libertad de pensamiento (…) es culpable hasta que se demuestre su inocencia”, opina Fox.

“Si a cada poeta, músico, bailarín, florista o chef de repostería de todo el mundo le hubieran dicho, en los primeros años de su vida, que sería pretencioso por su parte interesarse por la literatura, la música, el teatro, la jardinería o la cocina”, dice el autor, “entonces millones de imaginaciones e inteligencias se habrían atrofiado, millones de manos no habrían aprendido nunca a hacer nada nuevo”.

Si bien Fox comienza el libro equiparando la pretensión con lo finjido o la ambición excesiva, en muchas otras, como la cita anterior, la equipara con el mero interés por la cultura (la literatura, la música, etc) cuando no parece que nadie nunca haya considerado tal cosa. La pretensión es algo más allá: no es lo mismo culto, inquieto, que esnob. No es lo mismo tener background cultural que tratar de epatar con ese background de forma gratuita, ciertos matices que, si bien se tocan en el libro de Fox (por lo demás, lleno de referencias) tal vez sean suficientemente ponderados.

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