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HOY LEO LIBROS, COMO LA 'GUÍA URBANA DEL LADRÓN'

Fui ladrón de centros comerciales y supermercados durante años

En mi precaria y asilvestrada juventud tuve una notable y tenaz afición al hurto en grandes superficies y centros comerciales que me llevó a conocer a guardias de seguridad o a movimientos como Yomango. Esta temporada, además, dos libros tratan sobre el arte de robar en las ciudades.

-Personas cazadas robando en un supermercado

Personas cazadas robando en un supermercadoantena3.com

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Durante una temporada de mi crepitante juventud, corrían los felices años 2000, practiqué con fruición y notable éxito el hurto cotidiano en supermercados, centros comerciales y grandes superficies. Yo era un joven estudiante, recién llegado a Madrid, que pasaba ciertas estrecheces económicas pero, sobre todo, tenía ganas de aventura.

Me apretaba el hambre de cultura y de alimentos, de modo que entre mis botines se contaban cd’s, libros y bandejas de pechugas de pollo. Así me culturicé y tuve la nutrición necesaria para desarrollarme físicamente y mentalmente con salud y cierta fortaleza en una etapa crítica de la vida. Entre mis víctimas solo se encontraban las grandes empresas de distribución, nunca el pequeño comerciante, claro.

Además de la relativa necesidad y el desparpajo me inspiró y dio ánimos un grupo de promoción del hurto llamado Yomango, cuya filosofía (Sabotaje Contra el Capital Pasándoselo Pipa, SCCPP) encajaba bastante con las lecturas situacionistas que frecuentaba por aquella época, todo muy contracultural. No estaba solo.

Asistí a reuniones y talleres (algunos en la legendaria casa okupa Laboratorio 3, en Lavapiés) y conocí el famoso ‘Libro Rojo de Yomango’, a imagen y semejanza del de Mao, que instruía en las mejores técnicas de hurto. Uno de sus lemas decía: “Si un chino desconocido te regala un fuet, eso es Yomango”.

En la portada de la segunda parte, el Libro Morado, salía la actriz cleptómana Wynona Ryder. Según datos del Barómetro Mundial del Hurto en la Distribución publicado en 2015, España es el tercer país en hurto de Europa y el sexto del mundo. El 52% de las pérdidas de origen desconocido son por hurto y lo que más se roba es ropa, donde hay un 1,86 de pérdida desconocida. Un 18% corresponde al hurto de los propios empleados.

Los de Yomango hacían pasar el hurto por algo así como una práctica revolucionaria e irónica, transitaban el ‘detournement’, la comunicación de guerrilla y todas aquellas prácticas modernas, artísticas y revolucionarias. Con el material expropiado pretendían crear la marca Yomango, un trasunto de la marca textil Mango, e investigaban nuevas formas de burlar la seguridad o quitar alarmas.

Eran los tiempos del ‘No Logo’ de Naomi Klein y las luchas anticapitalistas y antiglobalización, flotaba en el ambiente el rechazo a las grandes corporaciones y el humor en la resistencia. Ahora hay quien lo llama política folk.

Con la práctica frecuente del hurto descubrí que las medidas en contra son meramente disuasorias. Cámaras, guardias de seguridad, arcos magnéticos, vigilantes de paisano, alarmas... sirven de muy poco si uno tiene la firme determinación de mangar.

Aprendí a buscar ángulos muertos, a moverme con disimulo, a neutralizar circuitos eléctricos de las alarmas, a aguantar el subidón al salir del establecimiento con la mercancía, a robar en la cara del segurata sin aparente turbación. Me ponía mis propios retos que iba superando con esfuerzo y astucia.

La gran enseñanza: el principal enemigo del shoplifter es su propio miedo, que puede ponerle en evidencia o atenazarle, lo cual también da mucho que pensar sobre el sistema en el que vivimos...

Así que el coraje y la caradura son el mejor arma del ladrón de poca monta. Yo era muy bueno en esta disciplina, pero aun así fui interceptado en algunas ocasiones. Las primeras veces, joven e ideologizado como estaba, me enfrentaba verbalmente a los seguratas en ese cuarto trasero en el que te echan la bronca (porque básicamente la represalia es regañarte y sacarte los colores: el hurto, por debajo de 400 euros, ni siquiera es delito).

Las liaba buenas, pero luego descubrí (¿será eso la madurez?) que lo mejor era decir que sí a todo, llamar la menor atención posible, bajar la cabeza, pasar lo antes posible por el mal trago y volver a golpear con la sigilosidad del ninja. De ello dependía comer jamón del bueno y no chopped cutrelux. Pasaban cosas curiosas: en una ocasión un guarda me pilló robando libros en un centro comercial.

Al registrarme en el cuartito interceptó mis apuntes de estudiante de la carrera de Astrofísica, que es lo que yo era, y, como él era astrónomo aficionado me acribilló a preguntas sobre agujeros negros, lluvias de estrellas o el origen del Universo. Casi nos hicimos amigos: el hurto era muy poca cosa comparado con la Cosmología.

Otro aprendizaje curioso fue el del reconocimiento de los guardas de paisano. Algunos llevaban un descarado pinganillo, pero cuando uno frecuentaba mucho un establecimiento acababa reconociéndolos porque siempre estaban allí, en cualquier sección (su gusto era hiperecléctico) mirando cualquier cosa: la cogían con la mano -la cosa que fuera-, la ponían frente a su rostro pero en vez de mirarla, miraban a los lados, buscando a algún ladrón.

Entre mi círculo de amistades la recepción de mi actividad era desigual: algunos me lo echaban en cara, otros me animaban, e incluso me hacían encargos, que yo me preocupaba en atender. Una vez me pidieron un colchón nuevo. Con algunos compinches pasé meses ideando la forma de sacar un colchón de viscoelástica por la cara de una gran superficie. Creo que sé hacerlo, pero nunca llevamos el plan a cabo.

He recordado mis pinitos delincuenciales con la aparición de dos libros que giran, con dosis iguales de humor y sapiencia, en torno a la temática del robo. Una de ellas es la ‘Guía urbana del ladrón’ (Melusina), del arquitecto Geoff Manaugh.

Esto ya son palabras mayores: si yo alguna vez fantasée con la posibilidad de pasar al robo de grandes dimensiones y ganarme la vida sin trabajar (si es que el robo a gran escala no es un trabajo), el autor de esta guía trata de los ladrones que roban a troche y moche, con ayuda de expertos y agentes del FBI.

Lo interesante es que la guía hace una revisión del urbanismo y la arquitectura de las ciudades bajo el prisma del mangante: un laberinto de azoteas, trampillas, escaleras de incendio, butrones, conductos y todo tipo de pasadizos por los que transita el ladrón, esa persona que tiene la extraña manía de no utilizar las puertas.

El otro libro es ‘Roba este libro. Introducción a la bibliocleptomanía’ (Abada Editores), de Miguel Albero, que trata de un tipo de robo que sí he frecuentado, el de libros, que en el mundillo literario tiene hasta prestigio: grandes autores como Roberto Bolaño, Chuck Palaniuck o Rodrigo Fresán han presumido de robar libros, aunque fuera como pecadillo de juventud. El autor de este documentado compendio no da tregua y dice que robar libros también es robar.

Se habla ahí del Conde Libri, máxima figura del gremio y autor del hurto de cerca de 30.000 volúmenes siendo inspector de bibliotecas en la Francia del siglo XIX. Como investigaba él mismo sus propios robos, nunca se hallaba el culpable. Otro caso notable es el de Stephen C. Blumberg, el mayor ladrón del siglo XX, que se llevó hasta 19 toneladas de material, por valor de 17 millones de euros en 327 instituciones repartidas por 45 estados de EE UU, y dos regiones de Canadá, solo por amor al arte (de robar).

Quería superar los récords del célebre David Shin y ser el mayor ladrón de libros de la historia. En 1991 fue condenado a 71 meses de prisión. Cuando salió de prisión, reincidió. Entre muchos otros. Y para evitar que los demás nos roben libros, Albero da un claro y sencillo mensaje: los libros nunca se prestan; se regalan.

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