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Sí, me está pasando

¿Estoy perdiendo la cabeza si tengo ganas de pasar las vacaciones con mis padres?

A mis 34 años, he llegado un momento en mi vida en el que disfruto enormemente de la compañía de mis progenitores y este verano incluso me ha apetecido veranear con ellos. Doctor, ¿qué me está pasando?

-Vacaciones en familia

Vacaciones en familiaAgencias

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Yo era la típica adolescente que huía de sus padres. No diré que me avergonzaba de ellos (porque nunca lo he hecho), pero desde los 15 años cualquier acto público en su compañía quedó relegado al puro ámbito familiar. Disfrutaba enormemente de mis amigos y no quería perder ni un minuto de juventud sintiendo que aún estaba entre los mullidos algodones de la unidad familiar. Así pues, eché el vuelo y me fui a estudiar fuera de mi ciudad natal (y por tanto alejada del radar de papá y mamá).

Mi época universitaria transcurrió tal y como intenté pasar mi adolescencia, con la mínima exposición social junto a mis progenitores. ¿El motivo? Mis múltiples compromisos con amigos y conocidos, y el hecho de creer que mis padres ya no tenían nada que aportarme ni yo a ellos. Este desapego (mostrado sin tapujos por mi parte) también se hizo patente en cuanto a las vacaciones familiares que año tras año pasábamos en Benidorm. Gran ciudad, todo sea dicho de paso.

Cuando se acercaba la fecha de decidir qué fechas nos venían mejor a mi hermana y a mí, yo siempre encontraba la excusa perfecta para no ir. Aunque bien es cierto que mis padres siempre supieron que yo no estaba muy por la labor de pasar mis días de asueto con ellos.

Una distancia física (y emocional) que como padres que son supieron entender, respetar, asimilar y perdonar (o eso espero). Sin embargo, en un giro inesperado de los acontecimientos, desde hace dos años me gusta pasar parte de mis vacaciones con mi madre y mi padre. Bueno, y con mi hermana, quien no ha dejado de acudir a la cita estival anualmente (haciendo ver, claramente, que ella es muchísimo mejor hija y persona que yo, pero ese es otro tema). ¿Qué me ha ocurrido para experimentar este cambio de tan radical?

Familia en el embarcadero
Familia en el embarcadero | Pexels

La edad. Ni más ni menos. Ahora entiendo cuando mi madre me decía aquello de “cuando seas mayor lo entenderás”. Pues mira, resulta que ya soy mayor. Y eso que yo me aferro a la juventud como un gato a las cortinas del salón. Voy de festival, aguanto hasta las tantas en discotecas donde el olor a desesperación es el perfume oficial y me he ido a viajes al otro lado del mundo con tal de sentir que estaba viva. En definitiva, no he parado quieta.

Aun así, ha llegado un punto en el que no puedo fingir más algo que no soy. Estoy cansada de planificar vacaciones que no lo son. Me explicaré mejor. Ahora, en pleno boom de Instagram y del postureo, tienes que irte a Indonesia a escalar un volcán o recorrer Argentina con la mochila a cuestas para que al llegar a tu puesto de trabajo puedas presumir de algo.

Ya no se lleva eso de irse a playas nacionales, clavar la sombrilla, disfrutar de unas pechugas de pollo empanadas a la orilla del mar (con extra de arena, por favor) y leer tranquilamente con la brisa luchando por pasar esa página que tú todavía no has leído. ¿Por qué las vacaciones ya no están para descansar?

Quizá otro de los grandes motivos que ha hecho que regrese al nido vacacional familiar sea que con ellos realmente descanso. Me encanta viajar con mis amigos. No me malinterpretéis. Pero es cierto que ahora valoro más que nunca ese vínculo especial que mantengo con mis padres y esa libertad de poder decirles “hoy no bajo a la playa que me voy a quedar durmiendo toda la mañana”.

Así, sin más. Por el puro y duro placer de gandulear. ¿Qué hay de malo en ello? Si me voy a Australia y me quedo un día entero en ese hotel que me ha costado lo inconfesable, los remordimientos de quedarme bajo su techo serán insufribles.

Puede que muchos no entendáis este pensamiento. Quizá sea porque nunca dejasteis de veranear con vuestras familias o simplemente porque siempre tuvisteis una estrecha relación con vuestros padres. He ahí otro de los puntos clave de mi sorpresa cuando me comenzó a apetecerme pasar más tiempo (y de calidad) junto a mis progenitores. Es ahora, a mis 34 años, cuando siento que comenzamos a entendernos.

Ya no hay reproches, ni malentendidos, ni enfados absurdos… Podría decir que por ambas partes se ha establecido un acuerdo tácito por el que queremos reconectar. Y eso, amigos, se hace la mar de bien cuando no hay distracciones laborales de por medio y con unas buenas copas de cerveza en la mesa y una ración de espetos. Así pues, bienvenidas sean de nuevo las vacaciones familiares.

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