La diversidad es una reivindicación compartida y bajo el paraguas de la diferencia, el colectivo lucha por sus derechos y contra la violencia que sufre. No obstante, tener una determinada orientación sexual o identidad de género no evita que una persona excluya a otras, incluso cuando esas otras también forman parte del colectivo LGTBI.

Independientemente de cómo nos identifiquemos, podemos caer en este tipo de actitudes. Es cierto que muchas veces hay más inconsciencia que maldad, pero esto no debería ser una excusa para no reflexionar sobre ello. La autocrítica es enriquecedora, ¡practiquemos, pues!

Bisexuales: presentes, pero invisibles

“Quizás la mayor parte de comentarios bifóbicos que pude encontrar procedían del sector de las lesbianas, mientras que el sector de los gais optaban por una invisibilización utilitaria: muchos no creían en la existencia de la bisexualidad. Eso sí, cuando querían llevarse al catre a un chico que decía ser bisexual obviamente lo omitían y no entraba en su estrategia de ligoteo”, reflexiona Manuel Perdomo, sociólogo y activista bisexual.

Perdomo cree que durante los años 2009 y 2010, muchas personas que eran gais y lesbianas usaban la bisexualidad como etiqueta, como un airbag para reducir el impacto de la homofobia social y por tanto, como una identidad de paso.

Hoy, casi una década más tarde, reconoce que son muchas las cosas que han cambiado a pie de calle: “Se ha producido una mayor aceptación de la bisexualidad como una orientación legítima, y eso se nota incluso en los ambientes festivos de bares o fiestas. Me he encontrado a muchas de las personas que miraban a los bisexuales hace años como unos traidores categóricos y han reconocido sus errores pasados debido a los prejuicios. Creo que una disculpa en este sentido es la mayor de las victorias.”

Gaycentrismo

La andaluza Mar Cambrolle, activista, Presidenta de ATA-Sylvia Rivera y de la Federación Plataforma Trans, no duda en poner la atención en el binomio poder y masculinidad: “La mayoría de asociaciones LGTBIQ están lideradas por hombres”.

Sin embargo, la historia del colectivo tiene ya en 1969, durante la revolución de Stonewall, a dos mujeres trans como protagonistas: Marsha P. Jonhson y Sylvia Rivera. Las mujeres trans han estado presentes desde los primeros momentos de lucha y sin embargo, parece que la autoridad y el liderazgo dentro de la comunidad LGTBI continúan siendo monopolio de los varones homosexuales.

Al respecto, cree que tal y como las mujeres reivindican paridad desde el feminismo o se asume como tarea dentro del movimiento la despatriarcalización de las instituciones y sus organigramas, también hay que despatriarcalizar las políticas LGTBI.

No obstante, la reflexión de Cambrollé va más allá de la visibilidad. Ella considera que dentro del estado español, en el surgimiento de los primeros movimientos a favor de la diversidad, se fraguó un tutelaje por parte de gais y lesbianas hacia personas trans.

“Las leyes sobre transexualidad del País Vasco, Navarra o de Canarias fueron negociadas institucionalmente por gais. Estas leyes se enmarcan en la patologización de las personas trans. A ello hay que añadir otra grave consecuencia: se ha impedido que las personas trans rompan ese techo para acabar con la discriminación que sufren y se sienten ellas mismas a negociar el marco jurídico con la administración".

"Hemos tenido que esperar a 2014, en Andalucía, para conseguir una ley que despatologizara la transexualidad, que reconociera las identidades trans y admitiera la libre determinación del género, es decir, reconocer a las personas trans como sujetos de pleno derecho y no como objeto de la medicina. Se consiguió gracias al liderazgo de un movimiento trans empoderado y a la vanguardia”, comenta.

“Nada de locas”

La frase es bastante despectiva y muestra como el desprecio hacia la feminidad no es exclusivamente propio de hombres heteros. Expresiones como ésta forman parte de lo que se conoce como “plumofobia”. Este concepto hace referencia a la discriminación que un homosexual hace a otro homosexual por tener un comportamiento o aspecto que socialmente se considera afeminado.

En este sentido, es importante recordar que nadie obliga a nadie a que te gusten los hombres afeminados, pero si queremos construir un mundo mejor, donde la sociedad comprenda a quienes aman y son amados independientemente de su sexo/género, necesitamos promover un valor fundamental: RESPETO. Tener un aspecto o comportamiento afeminado ni te convierte en una persona con trastornos mentales ni en alguien frívolo.

“¿Qué es lo que se nota”

Según R. García: “No hay una cultura social de conocer otras opciones no binarias. Hay una invisibilización al respecto. En alguna ocasión sí que he recibido comentario de si eres una persona no binaria entonces ni eres trans ni eres LGTBI”.

En este contexto, algunas personas homosexuales y transexuales se sienten desconcertadas y hasta ofendidas ante personas trans, dado que rompen con el binarismo normativo de la masculinidad y la feminidad. Ese sentimiento de ofensa y desconcierto también se manifiesta cuando se trata de personas transformistas (aquellas que se caracterizan con ropa del género contrario bajo motivaciones o intereses artísticos). Partiendo de esto, utilizan expresiones como “no se te nota nada” o “para ser una mujer trans, estás muy lograda” como un cumplido.

Sin embargo, tratar de premiar o aceptar a las personas trans bajo este tipo de comentarios, como si acaso hubiera un único cuerpo o comportamiento de ser hombre y de ser mujer, es bastante discriminatorio.

Incluso puede acarrear sentimientos de culpa o problemas de autoestima en aquellas personas que no tienen una homogenidad estética con respecto al género, prefieren una imagen más andrógina, no desean una operación de “reasignación de sexo”, no toman hormonas porque se sienten bien con su cuerpo o inscriben estos desde lo abyecto, desde el rechazo al pensamiento binario.

El hecho de feminizarse o masculinizarse debe constituir una decisión libre, no ser objeto de una presión social para adecuar el cuerpo a unas exigencias normativas. De hecho, ese “que se note” también puede vivirse dentro de la identidad trans como motivo de orgullo. Hay hombres orgullosos de su vagina y mujeres orgullosas de su pene.

Al hilo de esto, también es bastante incómodo y maleducado preguntar a una persona trans, “¿te has operado?” Genitalizar a las personas trans parte de un planteamiento erróneo, pues la identidad sexual, es decir, sentirse hombre o sentirse mujer, no depende de los genitales que tengas.