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No solo Disney nos hizo creer que necesitábamos un príncipe

La culpa es de las madres que nos llamaban princesas (y a ellos héroes)

Aparte de los libros, las series, los disfraces y las películas, muchas de nuestras progenitoras se referían a nosotras como princesas sin saber el daño que nos estaban haciendo.

-Las princesas Disney en 'Ralph Rompe Internet'

Las princesas Disney en 'Ralph Rompe Internet'Walt Disney Studios

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“¡Pero qué guapa estás princesa mía!”, le dijo su abuela a mi prima María en la celebración de su decimotercer cumpleaños. Me pitaron los oídos, qué queréis que os diga. Y sí, sé lo que muchos de vosotros estaréis pensando: “Es solo un apodo cariñoso, no es para tanto”. Pues sí y no, queridas princesas y héroes ya maduritos que me estáis leyendo.

Hace poco que caí en la cuenta de que quizá otro de los motivos por el que las mujeres pensamos que debemos ser rescatadas en la vida por un hombre es porque nuestras propias madres nos han inoculado este mensaje sin ellas mismas saberlo.

Nos vistieron de rosa nada más nacer, nos pusieron muñecos en brazos para que los cuidásemos, nos compraron cocinitas de plástico para que jugásemos a ser las perfectas amas de casa, nos disfrazaron de princesas en carnaval… ¿Y a ellos?

Los niños juegan con espadas (láser o de las convencionales), los visten de azul (como al príncipe que debe acudir en nuestra ayuda), les enseñan a no llorar (al menos en público), a ser “un hombre”, a jugar al fútbol y escupir a kilómetros de distancia (así de verde está después el césped) y, sobre todo, a no preocuparse por su imagen porque la belleza solo es importante si eres chica.

Nada nuevo, ¿verdad? Es cierto que la sociedad ha cambiado. O eso dicen. Ahora las mujeres somos más libres. ¿Seguro? Podemos estudiar, trabajar, viajar solas (aunque siempre con mil ojos), abrir una cuenta en el banco…. Perfecto.

Sin embargo, y la que diga que no miente, una parte de nosotras anhela ser rescatada de este “infierno” que es ser una mujer del siglo XXI. Siempre les digo a mis amigas que, en parte, odio el feminismo. ¿No sería mi vida mejor sin tener que estar demostrando constantemente que soy igual que un hombre? (O quizá lo que me molesta es tener que dejar claro algo tan obvio para mí).

Ser mujer a día de hoy es demostrar que eres independiente, pero no mucho. Que te gusta tu trabajo, pero que también deseas ser madre. Que has tenido un hijo, pero que quieres seguir saliendo de fiesta. Que quieres casarte, pero que no serás la sirvienta de nadie. ¿Puede una princesa aspirar a todo esto? Las de ahora puede, las de antes ni de coña.

Me repatea cuando escucho a mujeres llamar a otras princesas. No somos princesas, ni ellos príncipes azules ni héroes, por mucho que nos lo repitan en nuestra tierna infancia. Recuerdo cuando se estrenó la maravillosa película de Fernando León de Aranoa, ‘Princesas’ (2005), y una de sus protagonistas le dice a otra: “Esta noche no somos putas, somos princesas”. Ni tanto ni tan poco, diría yo.

Los cuentos de hadas no existen. A mis 34 años, he de decir que conocí esta verdad relativamente tarde para lo moderna que yo me consideraba. Siempre he ido de flor en flor, pero en mi fuero interno esperaba encontrarme en algún momento con ÉL.

El chico que demostraría que la espera había valido la pena, con el que sería feliz cual perdiz y viviría mi propia historia Disney. Mi gozo en un pozo. Ahora sé, después de varios años de terapia, que el único príncipe que existe es el que nos montamos en nuestra cabeza. Y que si no hay príncipe azul, tampoco hay princesa.

Reflexionando sobre el tema, es curioso cómo me he vuelto hipersensible al apodo “princesa”. No lo soporto porque creo que entraña una peligrosidad que muchos no alcanzan a comprender. Me pasa un poco como cuando las dependientes de Zara se dirigen a mí con un “¿te ayudo con algo, cariño?”. ¿Es necesaria esa coletilla? Lo dudo.

También es cierto que las niñas de ahora son más listas, o eso espero. Mi prima sabe que hay diferentes formas de familia, que el amor es libre… Cosas que yo descubrí de manera tardía y porque me fui a estudiar a una gran ciudad.

Sin embargo, ha crecido escuchando constantemente que es una princesa. Y ya os digo yo que no lo es ni lo será nunca. Como tampoco es la más lista de su clase ni la más guapa.

¿Se trata de hundirle la vida y decirle la cruda realidad? Por supuesto que no. Pero ahora que está tan de moda el lenguaje inclusivo, quizás deberíamos pararnos a pensar en todas aquellas expresiones y apodos relativos a mujeres y a hombres que no estaría de más excluir de nuestro vocabulario.

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