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¿Cuánto dinero negro tienes?

El dinero en B y la economía sumergida son dos de los grandes problemas de Hacienda. Preguntamos a personas de la calle cuánto dinero tienen en un calcetín o debajo del colchón. Y acudimos a expertos en materia económica para que nos den más datos sobre la dimensión del asunto y sus posibles soluciones.

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Ocurrió hace años, cuando trabajaba en una pequeña tienda de electrónica de mi barrio. El tipo aparcó su BMW de alta gama en doble fila y entró a la tienda con prisa. Destilaba aires de suficiencia. Sin mirarme a los ojos, señaló varios de los objetos más caros del escaparate y sacó de su bolsillo un fajo de billetes de 100, 200 y 500 euros sujetos por un simple clip. Debía llevar en el bolsillo más dinero del que yo había tenido en el banco en toda mi vida. Y parecía querer gastarlo a toda costa.

“¿No le conoces?”, me preguntó el jefe tan pronto el tipo salió por la puerta dejando tras de sí un halo de perfume. Lo cierto es que no tenía ni idea de quién era. Al parecer, se trataba de un personaje conocido de las revistas del corazón, un mundo que entonces me resultaba tan ajeno como ahora. El ex marido de una famosa.

Nunca sabré de dónde procedía aquella obscena cantidad de dinero en metálico, pero el hecho es que, más allá del grueso del fajo, tampoco me sorprendió: si has trabajado de cara al público, sabes que puedes ver de todo. Y el dinero en B está a la orden del día. De hecho, yo mismo crecí, como casi todos, rodeado de cierta cantidad de dinero negro: durante mi juventud, muchos de mis amigos trapicheaban con hachís.

Otros comprábamos y vendíamos cualquier cosa que pasara por sus manos para obtener algo de dinero: ropa, monopatines o videojuegos, como hacen la gente actualmente con plataformas tipo Wallapop. Y la mayoría de familias guardaban -y siguen guardando- importantes cantidades de billetes bajo el colchón.

“Ahora no tengo mucho dinero en B, unos 5.000 euros, pero he llegado a tener bastante, como 15.000 o 20.000”, me cuenta mi amigo Pedro, al que conozco desde la infancia.

“Debido a mi trabajo, que se enmarca en el sector creativo, son muchos los clientes que me pagan en B: muchas veces es aceptar eso o no cobrar. No te queda otra”, asegura. “Lo utilizo para hacer la compra, salir a tomar cañas y ese tipo de gastos, porque el resto de cosas, como las facturas, no lo puedo pagar en B”.

Roberto, otro buen amigo, trabaja en un estudio de grabación. “Muchos grupos no pueden asumir el 21% del IVA, así que nos pagan en negro”, reconoce.

“Algunos meses nos juntamos con 1.500 euros en B, otros con 4.000… depende. En la empresa somos cuatro ingenieros de sonido, y sólo yo estoy dado de alta como autónomo. Si uno de mis socios tiene un bolo que facturar lo hace por la empresa, el dinero se lo queda la empresa y los socios lo cobran en B. Así limpiamos dinero”, me explica.

“En los bares es aún peor”, me cuenta Ana, otra conocida, camarera durante años en un conocido local del barrio madrileño de Malasaña. “Casi todos te hacen una nómina por lo mínimo para no pagar IRPF o no tener que hacer la declaración de la renta. Y el resto te lo dan en cash. Conozco encargados que cobran 1.000 euros en nómina y otros 2.000 en metálico. Vamos, que sólo cotizan por un 33%”.

“Es difícil cuantificar cuánto dinero negro hay en España”, apunta Eduardo Garzón, economista del Consejo Científico de ATTAC. “Ni el Ministerio de Hacienda ni la Agencia Tributaria tienen una cifra oficial de la economía sumergida ni del fraude fiscal. Hasta ahora, los únicos datos oficiales sobre economía sumergida que han trascendido son los procedentes del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales de noviembre de 2004, que cifraban la economía sumergida en torno al 20% del PIB”.

Otros estudios confirman ese dato, e incluso lo llevan más allá. Según un reciente informe de expertos independientes encargado por la Comisión Europea, de los siete estados estudiados (Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, España, Suecia y el Reino Unido) en el entorno comunitario, España presenta la tasa más alta después de Italia con un 27,2% del PIB, y muy por encima de las estimaciones para la UE, que varían ampliamente de un 3% hasta un 15% del PIB. En todos ellos, eso sí, trabajo ilegal está aumentando.

“Durante años se consideró que pagar en B ciertas operaciones era lo normal. No sé si diría que está bien visto, pero sí que se hace de manera más relajada y normalizada que en otros países de Europa”, apunta Manuel Delgado, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. ¿Y dónde está todo ese dinero?

“No sé si todo ese dinero está bajo el colchón, pero sí guardado y oculto”. ¿La razón? Normalmente, claro está, “eludir el pago de impuestos”, aclara Delgado. “Otra parte de este dinero se usa para la gestión de actividades ilícitas, pero la principal razón que corresponde es la primera de ellas”.

Garzón, por su parte, diferencia entre la economía sumergida que obedece a la evasión fiscal por pura supervivencia y la que busca el enriquecimiento. “En la primera categoría deberíamos incluir todo ese dinero que no declaran quienes ingresan de forma insuficiente (trabajadores autónomos de muy reducida renta, sobre todo) y en la segunda deberíamos incluir todo ese dinero defraudado a través de prácticas de evasión y elusión realizada a través de ingeniería fiscal. Según un informe de Gestha, la segunda categoría supondría más del 75% de todo el fraude fiscal”, aclara.

¿Cómo hacer aflorar todo ese dinero? Garzón apunta a una doble vía. “En lo que respecta a la economía de supervivencia, elevando el nivel de ingresos de todas esas personas que defraudan por supervivencia: si tuvieran suficientes ingresos no se verían empujados a no declarar su renta”, asegura.

“Con respecto a la segunda: dotando de mayores medios y recursos a la inspección tributaria y realizando políticas de coordinación con otros países de la UE para combatir los paraísos fiscales y otras artimañas de evasión y elusión fiscal”.

Sea como fuere, no parece un problema de solución fácil. A corto plazo, los colchones seguirán albergando dinero en B, con la diferencia de que unos lo harán por necesidad y otros por pura avaricia.

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