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El 25% de los españoles no duerme por culpa del ruido: Yo soy uno de ellos.

Cuando unos vecinos ruidosos te arruinan la vida

Escribo estas líneas desde la impotencia más absoluta. Casi a modo de petición desesperada de ayuda. Quizá sólo sea una forma de desahogarme para no volverme definitivamente loco.

-Persona durmiendo

Persona durmiendoPixabay

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Es verano en Madrid, hace un calor infernal y, una noche más, no puedo dormir por culpa de los vecinos. Son las tres de la mañana. Las putas tres de la mañana de un martes. Y se han puesto a follar en una cama que chirría como si no se hubiera usado desde la posguerra. Al igual que ayer, no durarán mucho. Pero tras el clímax empezará a planear sobre mi cabeza el sonido del ventilador, que zumba como una avioneta.

Vivo bajo una familia con un hijo adolescente. En realidad tiene veintitantos, pero ya sabéis lo que se alarga la adolescencia hoy día. Y sí: ya he subido a intentar solucionar la situación de forma civilizada cuando las fiestas se le han ido de las manos o el arrastre de muebles de sus padres y el golpear de los tacones de su novia se han hecho insoportables. Pero si crees que la comunicación da resultado es porque no has leído bien la palabra clave de este párrafo: adolescente. Yo también lo fui. También me quedaba solo a menudo. Y, como a él, lo último que me importaba era el descanso de mis vecinos.

Amanece, y con cara de haber pasado una noche toledana (otra más), invito a un café a un amigo que se dedica a las reformas. “Tienes un problema: el material del edificio”, me cuenta. “Estas casas son de los años 60, y están construidas con una estructura metálica que transmite mucho más los ruidos que otras, como las de hormigón. El grosor del forjado también es importante. Si a eso le sumas que todas estos bloques se hicieron en pleno desarrollismo franquista, intentando ahorrar costes, el resultado es que escuchas a tus vecinos como si estuvieran en la propia habitación”.

Así es: además de los revolcones del hijo -al que me he cruzo a menudo en el ascensor, donde siempre entra con una amplia sonrisa-, escucho la vibración del móvil de su madre, el chorro de su padre cuando se levanta a mear a mitad de la noche y las conversaciones de la televisión. Conozco sus rutinas tan bien como las de mi pareja, aunque el cruce de palabras en el portal se limite a un “buenos días”, “buenas tardes” o “buenas noches”. Las que me vas a dar, cabronazo.

¿Soluciones? Pocas. Los tapones, al menos en mi caso, no son de gran ayuda. Quizá aislar el techo con algún tipo de material pueda ser una buena opción, pienso. “No lo es”, me decepciona otro conocido. “Me dejé un dineral en insonorizar el techo de la habitación. La obra fue un caos y el resultado, decepcionante: todo sigue igual. Incluso creo que ahora el ruido es mayor, pero ya no sé si soy yo que me estoy obsesionando”, ríe. Al menos se lo toma con humor. No es mi caso.

También quiero pensar que podría ser peor. Y sí: siempre puede ser peor. Una pareja de amigos tenía a todo un comando teenager a diario en la puerta de su casa. Y siempre, hasta altas horas de la mañana. Estuvieron años maldurmiendo y llegando al trabajo haciendo eses.

Llamaban frecuentemente a la Policía, que les aseguraba que no podían hacer nada “porque no había botellón”. Y un buen día, dijeron basta. Hicieron las maletas, vendieron su casa en el centro de la ciudad y se trasladaron a un pueblo a 50 kilómetros. “Hoy tenemos que tomar el tren cada mañana para ir a trabajar, pero lo hacemos encantados”, cuentan.

Los datos son contundentes. Y al menos, me hacen pensar que no estoy solo: uno de cada cuatro españoles no duerme bien por culpa del ruido. España es, según la Organización Mundial de la Salud, el segundo país más ruidoso a nivel mundial, solo por detrás de Japón.

Y el número de hogares en los que se dan niveles de ruido que superan los 30 decibelios que la OMS considera el máximo recomendable al caer la noche se cuentan por miles. Durante el día, esa recomendación se sitúa en los 55 dB. A partir de los 75 el ruido puede ser dañino, y en los 120 está el conocido como “umbral del dolor”.

“Nuestro oído está diseñado para los ruidos de la naturaleza y no para los artificiales”, explica Carlos Martín Oviedo, otorrino. “Por nuestra consulta pasan pacientes con una pérdida auditiva y un pitido crónico relacionados directamente con la exposición a esos ruidos”.

Pero la cuestión física es sólo una parte del problema. “El silencio es clave para conseguir un estado de relajación”, me cuenta mi amiga Belén, psicóloga. “Difícilmente podremos conseguirlo si vivimos en un lugar con ruido constante”.

Dicho lo cual, creo que sólo me quedan las drogas. Al fin y al cabo, conozco infinidad de personas incapaces de dormir si no es a base de fármacos. Doxilamina, Trazodona, Mirtazapina, Trimipramina, Eszopiclona. Acepto sugerencias. Y mientras me las mandáis, me voy al salón a intentar dormir un rato. Hasta mañana.

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