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Me hice Tinder hace ahora dos años tras varias relaciones fallidas

Lo confieso, soy adicta a Tinder

Llevo meses sin que pasen más de dos días sin tener una cita y compruebo con temor que nunca (me) es suficiente. ¿Qué me pasa? ¿No puedo o no quiero parar?

-Tinder

TinderPexels

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Me hice Tinder hace ahora dos años. Tras varias relaciones sentimentales fallidas de las que salí bastante cabreada, herida y/o resignada (vete tú a saber), decidí lanzarme a los brazos del amor tecnológico. Todas mis amigas solteras hablaban maravillas de esta red social destinada a la búsqueda del puro y duro magreo (no nos engañemos) y yo pensé que por intentarlo no perdía nada.

Reconozco que al principio me pareció todo demasiado frío. Eso de deslizar la imagen de un completo desconocido a la derecha (si te gusta) o a la izquierda (si no te gusta), basándome solo en el físico y en un par de líneas descriptivas (en las que todo el mundo miente), era, cuanto menos, inquietante. Sin embargo, mis primeras citas Tinder fueron sorprendentemente bien. Y cuando digo esto me refiero a que todos se parecían en un 80% a su foto de perfil, disfrutamos de unas agradables cervezas y terminamos revolcándonos en su/mi cama. Hasta ahí todo correcto.

Pasaron unos meses y me di cuenta de que ya no leía por las noches. Ahora me metía en la cama con el móvil, como si fuera mi tesoro, y comenzaba a rastrear Tinder. Exacto. Cual ‘rastreator’ en busca del seguro perfecto, yo había desarrollado mi propio logaritmo para elegir a mi siguiente ‘víctima’.

Descartaba automáticamente a los que posaban con gafas de sol, a los aventureros, a los que aseguraban no buscar nada sexual (mentira), a los insultantemente guapos (porque nunca lo son), a los que quieren practicar idiomas (apúntate a una academia, querido) y a los que se hacían los graciosos en exceso (que para eso ya estaba yo).

Lo peor llegó cuando me di cuenta de que el 90% de las conversaciones que tenía con mis amigas giraban en torno a mi Tinder. Efectivamente. El mío, no el suyo. Ellas seguían manteniendo sus cuentas pero como algo meramente residual mientras iban en busca de carne fresca en la vida real. Ahí estaba (y sigue estando) el problema. Yo me había metido de lleno en el mundo del amor 2.0 y me gustaba. Me gusta. Lo reconozco.

La periodista que pidió sus datos a Tinder y recibió 800 páginas en su email
La periodista que pidió sus datos a Tinder y recibió 800 páginas en su email | mikecogh en Flickr bajo licencia CC

Tinder mantiene mi autoestima por las nubes porque siempre me espera algún ‘like’ cuando llego a casa, de camino al trabajo, en el supermercado… Esa notificación inesperada que aparece en mi móvil cuando Alfredo39 me manda un ‘superlike’ (que esto ya es lo más de lo más) hace que mi día mejore. Ni lo conozco ni sé si le devolveré el halago virtual y ni siquiera tengo claro si llegaremos a quedar, pero qué más da. ¿O sí que da?

A día de hoy puedo decir que no me arrepiento de haber entrado en esta red social, pero no me tiembla el pulso al reconocer que se me ha ido de las manos. Me he metido en un bucle del que me costará salir porque me he acostumbrado a tener una cita tras otra, como si fuese un reclutador de nuevos trabajadores de una gran multinacional. En ocasiones, me da la sensación de que cambia el chico, pero no la situación. Mismas preguntas, mismas respuestas, mismos bares, mismas bebidas… ¿Por qué me he enganchado?

Soy una chica lista y conozco bien la contestación a esa cuestión. Me he acostumbrado a lo que yo llamo ‘el falseamiento de la soledad sentimental’. Ahí es nada. Sigo soltera, pero tengo la constante sensación de estar en varias relaciones a la vez. ¿Superficiales, falsas y digitales?

Sí, pero relaciones al fin y al cabo. Además, la ruleta de Tinder gira tan rápido que si te despistas pierdes turno. Sé que es un problema de dimensiones descomunales porque Tinder es el clavo ardiendo al que me aferro para no hacer hincapié en el hecho de que, efectivamente, estoy soltera. Que no sola. Tengo amigos, familiares, conocidos… ¿Será que me da miedo la intimidad? Puede.

Amor en tiempos de Tinder
Amor en tiempos de Tinder | Pexels

Sé que hay parejas estables que se han conocido a través de Tinder, pero representan un ínfimo porcentaje de lo que realmente ocurre en esta especie de secta amorosa. De la misma manera que hay quien se engancha a los videojuegos, yo me he hecho adicta a que un puñado de desconocidos me den las buenas noches junto a un emoticono de corazones sin ni siquiera conocernos físicamente. ¿Triste? Un poco, no mentiré.

Quizá debería empezar a mirar a mí alrededor en vez de andar con la nariz metida en la pantalla de mi móvil para conocer a alguien de carne y hueso en circunstancias normales. No quiero decir que Tinder sea algo anormal, para nada. Pero bien es cierto que esta aplicación te lleva inevitablemente por el camino fácil. Por la senda del sexo, la diversión y el cero compromiso.

Así pues, supongo que el miedo a la soledad, a iniciar una relación sólida y duradera y los numerosos e infinitos perfiles de hombre que me ofrece Tinder son algunas de las razones porque las que no sería capaz de desinstalarlo de mi teléfono. Lo que sí tengo claro es que prefiero eliminar para siempre las fotografías de mis sobrinos que quedarme sin espacio para mi adorada aplicación. Con mi Tinder no se juega. He dicho.

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