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EL ESPLÉNDIDO ENCANTO DEL COLOR ROJO

Compresas usadas y besos rojos: hablamos con chicas y chicos que aman el fetichismo menstrual

La erotización de la sangre menstrual resulta para unos tan obvia como para otros impensable. Chicos que aman la sangre por cuestiones estéticas, chicas que comparten ese criterio o se sienten más motivadas químicamente cuando les ha venido la regla o las dos cosas. Aficionados y aficionadas a este tipo de sexo sangriento suelen encontrar dificultades e incomprensión, pero cuando aparece una pareja afín resulta explosivo.

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En muchos casos es la mujer menstruante la que rechaza la idea, sobre todo durante los primeros días del ciclo, por una cuestión de malestar físico. Otras veces ambos lados comparten una repulsión, a menudo aprendida, hacia el coito vaginal durante estos días.

También puede primar una pereza inenarrable ante la posibilidad de manchar un escenario y tener que lidiar con la limpieza después. Pero también hay para quienes, independientemente del género, estos inconvenientes no significan nada en contraposición al espléndido encanto del color rojo.

Mónica tiene veintidós años y, por separado, suele mantener relaciones sexuales con dos chicos y una chica. Entre ellos no se conocen y nunca han coincidido pero comparten la afición por la sangre menstrual.

“Si una mañana me levanto y me doy cuenta de que me ha venido la regla lo primero que pienso es a quién puedo llamar para quedar cuanto antes, con mucha prisa. Me entra una auténtica urgencia. No sólo por aprovechar las posibilidades estéticas de la sangre, que me encantan, sino porque me lo pide el cuerpo, es como si de repente me muriera de ganas. Además el sexo me suele aliviar los dolores de los primeros días, que para mí son los de flujo más abundante”.

Elena, de la misma edad y también bisexual, es la chica con la que suele compartir fluidos de varios colores y se siente de un modo similar: “Durante el periodo premenstrual no me encuentro bien en ningún sentido así que cuando por fin me viene la regla es un alivio y disfruto mucho del contraste. Paso de no tener muchas ganas de nada a sentirme plena y hambrienta. A veces coincidimos las dos y es muy bonito, lo mejor”.

A Mónica y Elena les gusta mancharse por todas partes y admirar la belleza del rojo sobre sus pieles. Se consideran verdaderas afortunadas: “Siempre supe que me iba a atraer la regla, la propia y la ajena”, explica Mónica, “antes de que me viniera, siendo niña, ya me fascinaban los tampones de mi madre".

"Me quedaba embobada mirando las instrucciones, imaginándome usándolos, preguntándome por la calle quién tendría la regla y quién no. Lo único malo de la menstruación es que tanta gente la quiera esconder y que se trate con asco. Durante los primeros años de instituto era un infierno, si te veían con una compresa se reían de ti, nunca lo pude entender, y las primeras experiencias fueron un desastre”.

Pese a la creencia popular que por sistema trata los días del llamado periodo como equivalentes a los de una enfermedad (y bien es cierto que en multitud de casos se manifiesta como tal), hay mujeres que adoran la menstruación propia, la ajena o ambas por cuestiones de predisposición química, por simple estética o también ambas. Del mismo modo, con relativa facilidad se encuentran hombres motivados por las cualidades de la sangre menstrual.

Hablando con ellos, descubrimos que la fascinación puede tener orígenes similares. Paco, de treinta y siete años, recuerda así el interés que el tema le suscitó en la pubertad: “A partir de los once o doce años me empezó a obsesionar el tema. Miraba los tampones de mi madre y otras familiares durante horas y cada vez que iba a una casa nueva los intentaba encontrar en el baño. Hasta miraba en la papelera en busca de compresas usadas y las olía, me encantaba, estaba enganchado”.

Pero el tabú pesa y llevarlo a la práctica en compañía no es tan sencillo. ¿Cómo ha evolucionado la afición?

“Siempre me dio un poco de palo hablarlo y muchas chicas que han sido mis novias no se han llegado a enterar, han sabido que conmigo no había problema para tener sexo con la regla pero no que para mí fuese un fetiche especial, que estaba deseando que llegaran esos días. Y cuando no tienes pareja fija no paras de preguntarte quién tendrá la regla y quién no, si te dirá que le da corte o asco follar con la sangre, que es muy frecuente… un sinvivir”.

Encontrar parejas afines puede resultar una labor ardua. “Lo que más me gusta practicar cuando puedo es el beso rojo, pringarme la cara y la boca, que se froten contra mí y me manchen como si fuera una brocha, sacarla y verla llena de sangre. Y el olor me flipa. Además el cuerpo femenino suele estar pletórico, noto que disfrutan más”, cuenta un entrevistado anónimo que, al atravesar tiempos de dificultades para compartir sus aficiones, confiesa haber robado compresas y tampones usados en baños ajenos para satisfacer esa inquietud.

“Me los llevo y luego, tranquilo en casa, los huelo y los chupo mientras me masturbo y acabo eyaculando encima”.

Compañeros sexuales de todo género alegan a menudo disgusto ante la posibilidad de mantener relaciones con la menstruación.

“Varios tíos me han hecho sentir rara y sucia por haber querido ligar con ellos cuando tenía la regla”, explica Lucía, de treinta y dos, “y en esos casos sugieren la felación o el sexo anal como si fuera lo obvio que hay que hacer, que no tengo nada en contra de ninguna de las dos cosas pero en ese contexto me ha dado rabia. Me enfada y me pone triste un rechazo tan pueril, no es para tanto, lo tratan con mucho asco cuando puede ser muy bonito. A casi todas mis amigas les ha pasado, y si no, sólo ha sido porque a ellas les daba más asco todavía”.

E. es un hombre casado de cuarenta y un años que no se ha sincerado del todo frente a su esposa: “Incorporo juegos a nuestras prácticas, la masturbo con el tampón dentro del aplicador o le saco los tampones usados con los dientes, le digo que penetrarla con esa textura resbaladiza me encanta, pero no sabe hasta qué punto y ella no me deja que la chupe, dice que otras cosas sí pero que eso le da un poco de asquito y yo me muero por comérselo. No me atrevo a decírselo, estoy seguro de que pensaría que soy un cerdo”.

¿A quién le podrían hacer daño unos buenos profilácticos, unos salpicones carmesíes, unas toallas sobre las sábanas y una charlita? Y ahora, el consejo final: las manchas difíciles salen remojando en agua oxigenada.

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