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Querido amigo, ¿hasta cuándo va a durar esto?

Carta abierta a ese teleoperador que me llama a las 4 de la tarde a la hora de la siesta

No te deseo ningún mal, pero creo que deberíamos tomarnos un tiempo en nuestra relación para ver qué es lo que realmente queremos el uno del otro. Hablo más contigo que con mi madre, esto tiene que parar.

-Teleoperadoras

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No falla. Es como el día de la marmota. De lunes a viernes a las 16:00 horas el teléfono fijo de mi casa suena. Mi vello corporal se eriza como el de un gato que busca pelea y se me acelera el corazón. No, no es mi amante bandido. Mucho peor.

Me acerco con sigilo y un halo de excitación, fantaseando con el hecho de que se hayan equivocado de número. No tengo esa suerte. Un día más, laborable y a la hora de la siesta, escucho la misma frase al otro lado de la línea: “Hola señora María Jiménez. Le llamo de la empresa fulanita y me gustaría hacerle una oferta”. Siempre pongo los ojos en blanco cuando comienzo a oír esa voz que más que humana parece de un robot que quiere acabar con la existencia de cualquier terrícola.

Lo primero que tengo que decirle desde aquí a ese teleoperador/a que llama a mi casa para interrumpir mi siesta es que me incomoda muchísimo que me llamen señora. A ver, querido amigo telefónico, tengo 34 años y nadie, que yo sepa, me ha pedido matrimonio ni estoy casada. Así que bastante tengo con mis vecinas y mi madre metiéndome presión con eso de que madure y me busque un novio como para que vengas tú a recordarme que el tiempo pasa y mi estado civil no ha cambiado.

Porque si algo hacen mal los teleoperadores del mundo es iniciar una conversación. En serio, yo no sé qué clase de cursos de formación les dan, pero es que esa voz robotizada y esa frase que no dudan en leer una y otra vez en la pantalla de su ordenador, llamada tras llamada, es exasperante. Un poquito más de alegría y de entusiasmo si es que vas a joderme la siesta y además vas a intentar venderme algo que no quiero ni necesito.

La segunda cosa que hacen terriblemente mal es que te avasallan a preguntas que, ¡sorpresa!, no tenemos ninguna intención de contestar. Me recuerda a cuando en una primera cita el otro te pregunta: “Bueno, ¿y cuál es tu historia?”. “Ni lo sé ni te importa” sería una buena contestación en ambas situaciones.

Sin embargo, el teleoperador ansía conocer si tienes línea fija, móvil, ADSL, casa a tu nombre, coche… Y lo mejor de todo es que le da igual lo que vayas a contestar. En caso de que la respuesta sea afirmativa, te ofrecerá una mejora. En caso de negativa, te ofrecerá contratarlo. No hay escapatoria. Es el “tenemos que hablar” de los teleoperadores.

Os habréis fijado que menciono mucho las relaciones amorosas cuando hablo de las llamadas de nuestros queridos y adorados ‘aguasiestas’. El motivo es que creo que la conversación que mantenemos con ellos (y más a las cuatro dela tarde) se parece bastante a la que tendríamos con nuestra pareja cuando queremos romper con ella.

Bueno, más bien el teleoperador sería el dejado y nosotros el ‘dejador’. Nosotros sabemos que no queremos absolutamente nada de lo que él pueda darnos. No nos interesa su discurso ni si puede cambiar o no nuestra situación actual. Sin embargo, él insiste en ofrecernos el oro y el moro con tal de no perder nuestro interés. He tenido rupturas que han durado menos que una de estas llamadas. Os lo puedo asegurar.

¿Por qué ese ansia? ¿Por qué los teleoperadores no se dan por vencidos cuando les decimos que no? No me quiero ni imaginar cómo tiene que ser intentar cortar con ellos. “Es que ya no siento nada por ti”, escucharán. Y ellos responderán automáticamente: “Bueno, eso se puede solucionar si a la tarifa plana de amor que tenemos le sumamos un bono de romanticismo este mes y dos revolcones extra. ¿Qué me dice a eso, señora Jiménez?”.

Reconozco que lo que más me gusta de las llamadas de los teleoperadores a la hora de la siesta es que puedo contarles mi vida o fantasear con una mejor. Millones de veces les he dicho eso de “mi marido es el que lleva estos temas y no está en casa”. Aunque reconozco que una vez me pillaron porque quisieron saber el nombre del esposo de la señora Jiménez y de la vergüenza colgué de inmediato.

Eso sí, nadie como ellos juega mejor el papel de ‘víctima’. “Señora, yo solo hago mi trabajo”, me dicen a menudo cuando pierdo un poco los nervios. Mira tú qué bien. Si además tendré que darle las gracias al teleoperador por estar levantando la economía…. Sin embargo, hay un truco infalible para dejarlos totalmente descolocados. La frase que les hiela la sangre y que ningún teleoperador quiere oír: “¿Pero vosotros cómo tenéis mi teléfono?”. ¡Boom!

Ahí está la clave. Tirar de la ley de protección de datos. No falla, en serio. Titubean, se ponen nerviosos y terminan cortando la llamada porque entienden que no estás interesado. Igualito que cuando tú llamas a ese chico que te gusta del que conseguiste el teléfono por medio de una amiga de una amiga. ¿Ilegal? Puede que no, pero da mal rollo.

Uy, os dejo que son las 15:59 y tengo que atender una llamada que se va a producir en 3,2,1… ¡Bingo!

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