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Los gitanos no son ladrones, los musulmanes no son terroristas y los chinos no cocinan gatos

Así son los agentes que luchan contra los rumores sobre los inmigrantes

Los rumores sobre ciertos colectivos, como los inmigrantes, hacen peligrar la convivencia en los barrios y pueden desembocar en racismo y xenofobia. Varias iniciativas antirrumores tratan de atajar este problema a través de campañas, actividades, talleres y la formación de personas dedicadas a frenar la difusión de informaciones falsas, estereotipos y prejuicios: los gitanos no son ladrones, los musulmanes no son terroristas y los chinos no cocinan gatos.

-Grupos antirrumores

Grupos antirrumoresAgencias

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Los inmigrantes vienen a aprovecharse de las ayudas sociales y quitarnos nuestros puestos de trabajo. Los gitanos roban. Los musulmanes son violentos y, algunos, terroristas. Los chinos cazan gatos en el parque y los convierten en comida oriental. Y nunca mueren. Son rumores que todos hemos oído alguna vez, algunos profundamente inverosímiles pero que, aún así, corren de boca en boca, fruto del desconocimiento del diferente y de la falta de pensamiento crítico. Y que van sedimentando en la mente de los ciudadanos y complicando la convivencia.

Para atajar esta problemática han surgido por toda España iniciativas antirrumores que buscan sacar a la luz la realidad sobre los diferentes colectivos. “Los rumores son las micronarrativas que la gente utiliza para entender lo que sucede alrededor, pero que parten del desconocimiento de las otras personas”, dice David Yubraham, técnico de la Estrategia BCN Antirrumores, una de las iniciativas pioneras, que surgió en 2010, cuando los rigores de la crisis estaban en pleno apogeo: cuando la situación viene mal dada tendemos a desconfiar y culpar a los demás, a los que no son como nosotros.

El hecho de que España recibiera un alto flujo de inmigración en poco tiempo, aumentando fuertemente la diversidad sociocultural (aunque sin problemas graves de convivencia), también ayudó a la intensificación del fenómeno. Pero el problema de los rumores también puede afectar a otros colectivos como los pobres (la aporofobia), las mujeres o los miembros del colectivo LGTI+. “Estas generalizaciones o informaciones no contrastadas pueden llevar a vulneración de derechos, manifestaciones de odio e incluso racismo o xenofobia”, añade Yubraham. Es interesante el hecho de que estos rumores no solo actúan entre el autóctono y el inmigrante, sino también entre los diferentes colectivos de origen extranjero.

Desde entonces el movimiento antirrumores se ha extendido por varias ciudades como Getxo, Tenerife, Bilbao, Zaragoza, Fuenlabrada, Sevilla o Sabadell. En Getxo, por ejemplo, el 96,6% de la población ha escuchado alguna vez que los inmigrantes abusan de los servicios sociales.

Sin embargo, apenas un tercio de las personas que percibían la renta básica en la localidad eran extranjeros. Otras ideas ampliamente difundidas tienen que ver con las malas prácticas en los comercios regentados por extranjeros, la mala influencia de los alumnos de origen foráneo en los colegios públicos, el aumento de la criminalidad relacionado con la inmigración, la falta de interés por integrarse en la comunidad o las relaciones abusivas entre hombres y mujeres inmigrantes.

En el madrileño barrio de Usera el proyecto Usera Antirrumores se ha puesto en marcha recientemente por iniciativa de la Junta de Distrito. “Se trata de no quedarse en las campañas de sensibilización sino de llegar realmente a la gente”, dice Paloma González, asesora de comunicación del distrito, “queremos poner en duda los prejuicios y los estereotipos y llegar a esas personas que, en principio, no se consideran racistas”.

Una de sus últimas iniciativas ha sido un ciclo de cine sobre el pueblo gitano o una charla de Daniel de Torres, experto en gestión de la diversidad e interculturalidad del Consejo de Europa y director de la estrategia Antirrumores, promovida por la Fundación Acsar, en la que se engloban varias ciudades (http://www.antirumores.com).

Según De Torres, los rumores (o las ‘fake news’) se difunden porque “confirman nuestras ideas y creencias previas, son compatibles con nuestros intereses y nos ayudan a explicar situaciones complejas, reduciendo la ansiedad”. De alguna forma, oímos y pensamos lo que queremos oír y pensar, la explicación más fácil, aunque falsa. Además, los rumores aumentan en contextos de mayor percepción de amenaza (como en la citada crisis), a menudo relacionada con la identidad.

Son tiempos difíciles para la erradicación del rumor: Internet y las redes sociales no ayuda: igual que se difunden ideas pseudocientíficas o información política falsa, es fácil que este tipo de rumores sobre nuestros vecinos también se extiendan como la pólvora. “Estamos buscando nuevas estrategias para abordar este problema que amplifica totalmente el efecto de los rumores de escalera”, dice Yubraham.

Para atajar los rumores a pie de calle, surge la figura del agente antirrumores, esa persona comprometida que trata de frenar en su existencia cotidiana la propagación de estos bulos. De actuar cuando escuchan algo en el ascensor de casa o en la barra del bar de abajo. “Cuando escuchamos un rumor hay que apelar de forma amable al sentido común de las personas”, dice Yubraham, “invitarles a dudar de esa información, preguntarles si realmente se la creen, quién se la ha proporcionado, si han vivido esos hechos en primera persona, si no se trata de una generalización”.

Sembrar la semilla de la duda en quienes difunden los bulos, teniendo en cuenta que muchas veces estos prejuicios no se combaten eficazmente a base de datos o superioridad moral sino desde la sensibilidad, la paciencia, la empatía. “Y hay que tener en cuenta que no hay que llegar hasta al final, que probablemente no convenceremos a esas personas en ese momento: se trata de un proceso lento en el que hay que seguir trabajando”, concluye el experto.

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