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LUCHA DE ROBOTS

Un robot que falsifica arte contra un robot que detecta falsificaciones: ¿quién vencerá?

El mundo del arte asiste temeroso a los avances tecnológicos. Tras la llegada de los robots capaces de distinguir una pintura original de una imitación, hay quien se ha propuesto crear máquinas que puedan aprovechar todo ese conocimiento para superar las imitaciones que hasta ahora se hacían. Un escenario que aterroriza incluso a aquellos que han decidido poner en marcha esta investigación, que podría desatar el caos ¿Quién se llevará el gato al agua?

Robot industrial que pinta cuadros

Robot industrial que pinta cuadros Claudio Moderini / Wikipedia

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Desde tiempos inmemoriales hemos asociado el arte a la creatividad y la inspiración humanas. Nos han inculcado que los grandes maestros de la pintura, la escultura y otras artes habían creado sus obras gracias a su enorme capacidad para plasmar en un lienzo o tallar sobre mármol las ideas que pululaban por sus mentes. Sin embargo, con el paso de los años, se ha descubierto que tras las obras más inverosímiles y geniales de distintos autores se esconden patrones que podrían permitir a un robot reproducirlas sin demasiada complicación limitándose a seguir unos parámetros.

Es por ello que, algún tiempo atrás, la tecnología se puso al servicio de quienes intentan dar caza a los malechores que pretenden vender gato por liebre a los aficionados al arte. En base a un análisis pormenorizado de las obras y a la aplicación de ciertas fórmulas matemáticas, una serie de algoritmos son capaces de distinguir una obra original de una falsificación de la misma. No importa ni el estilo ni el autor.

Es más, un equipo de la Universidad Tecnológica de Lawrence, en Michigan, ha conseguido desentrañar los patrones que se esconden tras la complejas obras del pintor Paul Jackson Pollock, uno de los principales exponentes del expresionismo abstracto. Estos investigadores han descubierto que utilizando ciertos métodos de cálculo con un ordenador podrían descubrir las veces que se repetían ciertos patrones que aparecían reflejados en la obra una y otra vez como si de una figura fractal se tratase.


New York. MoMA. Jackson Pollock

Desmenuzaron un centenar de obras de Pollock, de las cuales solo 26 eran originales, que acabaron fragmentadas en 640.000 píxeles divididos en 16 segmentos diferentes. Después, analizaron minuciosamente cada segmento de esas pinturas para determinar ciertos patrones fractales, es decir, ciertas figuras geométricas que se repitieran y que, a su vez, coincidieran con los parámetros matemáticos que habían descubierto en las obras auténticas de este pintor estadounidense.

Con este método, el equipo tuvo un nivel de acierto del 93% a la hora de determinar cuáles de las obras analizadas eran oginales y cuales meras imitaciones. Además, en este análisis no solamente se tuvieron en cuenta las figuras que aparecían una y otra vez en los cuadros. Los investigadores también atendieron a otros complejos parámetros matemáticos que, gracias a la tecnología, contribuyeron a determinar si la técnica de pintura que realizaba Pollock era la auténtica del artista o había sido imitada.

Por desgracia, al tiempo que la tecnología se aliaba con quienes intentaban desenmascarar a los falsificadores, surgían otros tantos proyectos que no se alineaban precisamente con los intereses del mundo del arte. Por un lado, había quien desarrollaba robots capaces de crear sus propias obras de arte. Brazos mecánicos que se limitaban a reproducir sobre un lienzo el retrato de una persona, o diseños más complejos como el Autonomic Drawing Performance (ADP) del artista argentino Eduardo Imasaka, que encontraba inspiración en cosas tan variopintas como las conexiones 3G, wifi o Bluetooth que hubiera en la sala en la que se encontraba.

Pero cuando el mundo del arte vio tambalearse sus cimientos fue cuando alguien planteó la posibilidad de aprovechar todo el conocimiento adquirido al objetivo contrario ¿Qué ocurriría si alguien crease un robot capaz de burlar los análisis concienzudos de sus homólogos? Algo así planteó a sus colegas Richard Taylor.

Este profesor de física y arte de la Universidad de Oregón fue el primero, allá por 1999, en desarrollar un algoritmo capaz de determinar si una obra de Jackson Pollock era auténtica o era una mera copia (mucho antes que los científicos de Míchigan). Una idea que provocó tal temor entre los implicados que todo acabó con un correo electrónico donde el propio Taylor sugería a su equipo: "Así que archivamos el plan". Analizaron la situación friamente y cayeron en la cuenta de que su atrevimiento podría desatar un caos total.

En cualquier caso, visto lo visto hasta la fecha, parece que el mundo del arte puede respirar tranquilo. Hay expertos que aseguran que ningún equipo tecnológico, por muy avanzado que sea, puede a día de hoy aplicar la ingeniería inversa a una obra e imitarla con un nivel de perfección tal que pueda engañar a los sistemas encargados de detectar si es original o falsificada. Puede reproducir, como planteaban los expertos, una serie de parámetros que se encuentran a lo largo de la pintura, pero en otro muchos parámetros no podría obrar con tal exactitud.

Así que, por el momento, todos podemos respirar tranquilos. La pregunta es: ¿por cuánto tiempo? Los robots ya escriben noticias, poemas y parecen dispuestos a dibujar mejor que los humanos. Si ya nos ganaron al ajedrez, ¿por qué no iban a ser capaces de hacerse pasar por Picasso?

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