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¿Por qué la playa nos da hambre?

Un día junto al mar no solo invita a desconectar, también puede despertar el apetito. La ciencia explica por qué la playa estimula nuestras ganas de comer.

Grupo de amigos comiendo fruta en la playa

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Pasar tiempo en la playa no solo nos invita a relajarnos, también puede aumentar nuestro apetito. El calor y la exposición al sol elevan la temperatura corporal, lo que obliga al organismo a poner en marcha mecanismos de regulación como la sudoración. Este proceso, además de ayudar a enfriar el cuerpo, supone un gasto adicional de energía y una pérdida de líquidos que, indirectamente, estimula la sensación de hambre.

La deshidratación es otro factor clave. Muchas veces, el cerebro confunde la falta de agua con la necesidad de comer, enviando señales similares a las del hambre. Si a esto sumamos la actividad física que solemos realizar en la playa, como nadar, jugar o caminar sobre la arena, el consumo calórico aumenta y el cuerpo busca reponer energías de forma natural.

Beber agua en la playa
Beber agua en la playa | iStock

Además, el ambiente relajado y la ausencia de rutinas favorecen que estemos más predispuestos a comer. La presencia cercana de chiringuitos, neveras y tentempiés hace que sea más fácil ceder a la tentación, incluso cuando no sentimos hambre realmente. Así, entre el gasto energético, la deshidratación y el entorno, es normal que un día de playa despierte un apetito mayor de lo habitual.

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