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AQUÍ LAS MUJERES SE JUNTAN CON HOMBRES MÁS BAJITOS

Tres sitios donde el tamaño no importa

Varios núcleos humanos repartidos por el mundo desdicen la "regla del macho más alto", y tienen sus razones.

Indígenas de Papua

Indígenas de Papua ondacero.es

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Casi en el centro de Tanzania, no muy lejos del Parque Nacional del Serengueti y el cráter del Ngorongoro, dos de las reservas naturales más impresionantes de África, vive un pequeño pueblo de cazadores y recolectores a los que el tamaño no les importa. Los hombres y las mujeres de este grupo, los hadza, son una excepción que durante algún tiempo ha inquietado a los antropólogos y científicos occidentales.

La razón es que en sus matrimonios no parece cumplirse la regla largamente observada en los países desarrollados: los maridos son en su mayoría más altos que las mujeres. Esta tendencia se ha observado hasta la saciedad en el mundo industrializado y se conoce como la “norma del macho más alto”. Las mujeres occidentales prefieren a hombres más altos como parejas y, durante décadas, se pensó que esa norma sería aplicable a todas las sociedades humanas.

Los hadza lo desmienten. Un estudio reciente demostró que entre este grupo no se cumple la norma del hombre más alto. Ni siquiera se cumple la del marido más corpulento o menos gordo. Para los hadza el tamaño no importa y tanto es así que sus afinidades a la hora de encontrar pareja no se diferencian de una distribución totalmente aleatoria, según el estudio.

Otros trabajos posteriores han confirmado que los gustos de hombres y mujeres son mucho más variados de lo que se pensaba.

En los himba de Namibia, una sociedad semi-nómada, la mitad de la población analizada en un estudio publicado en 2011 aseguraba preferir parejas en las que el hombre fuese de la misma estatura o más bajito que la mujer. De hecho, el 20% de los himba consultados preferían que su mujer fuese más alta que ellos. Mientras, en Alemania, Austria y Reino Unido el porcentaje de hombres que las prefieren más altas no pasa del 1%, según otro estudio. Tanto hombres como mujeres occidentales, en su mayoría, prefieren el patrón occidental, a juzgar por ese y otros trabajos.

Hay otros sitios donde el tamaño no importa, o al menos, no como en nuestras sociedades. Por ejemplo, en Papúa Nueva Guinea, los emparejamientos de los yali muestran una perfección aleatoria tal que parecen no seguir ningún patrón, algo parecido a los hadza, aunque estén separados por miles de kilómetros. Más cerca de los hadza, los datoga de Tanzania tampoco siguen el patrón occidental y la mayoría de sus miembros prefieren parejas desproporcionadas: mujeres muy altas y hombres muy bajos o viceversa.

A primera vista todo esto no tiene sentido. Podría pensarse que en las sociedades más tradicionales, sobre todo en las que siguen viviendo de forma nómada y buscando su sustento en la caza y la recolección de frutos, las mujeres deberían preferir al macho más grande y fuerte, que les podría garantizar un mayor sustento para ellas y sus hijos. Esto no es así, como prueban los hadza y los otros pueblos mencionados, y también hay explicaciones lógicas para ello. Por ejemplo, en sociedades donde en ocasiones escasea la comida ser grande y necesitar más alimento es una clara desventaja.

Otros trabajos sugieren que ser alto dificulta la caza en grupos de cazadores en los que  la vida o la muerte puede depender de esconderse detrás de un arbusto y acertar el disparo sin ser avistado por una presa. En las sociedades industriales, más opulentas, ser alto y fuerte puede ser un indicador de salud y, por tanto, de garantizar mejor descendencia, argumentan los autores del estudio sobre los hadza, Rebeca Sear, de la London School of Economics y Frank Marlowe, de la Universidad del Estado de Florida.

Los dos expertos reconocen una limitación en su estudio: los hadza eligen pareja limitados por muchos factores, como por ejemplo quién está soltero en sus reducidos grupos o cuál es su propio valor en el “mercado de parejas”. Esto limita con quién pueden aparearse, igual que, en occidente, el nivel de ingresos o la educación decide parte de los emparejamientos. Al fin y al cabo, las sociedades occidentales y las tradicionales no son tan diferentes.

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