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COMO LA RESTAURACIÓN DEL CRISTO DE BORJA, PERO EN FRANCIA

Las cuevas de Lascaux, descubiertas por casualidad y estropeadas para siempre

La que es considerada como una de las Capillas Sixtinas del arte paleolítico fue descubierta accidentalmente en 1940 y, desde entonces, su deterioro se ha acelerado de forma irremediable.

Las pinturas del Lascaux, al borde del desastre

Las pinturas del Lascaux, al borde del desastre Cesareo Saiz/ CSIC

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Se suele decir que el tiempo devora todas las cosas, tal y como rezaba un proverbio latino con el que los artistas del Renacimiento se referían a la ruina de muchos monumentos clásicos.

En el caso de las cuevas de Lascaux deberíamos decir que la presencia del hombre y algunos métodos nefastos de conservación han dañado mucho más las pinturas que sus 17.000 años de existencia.

Marcel Ravidat, aprendiz de mecánico de 18 años, fue el que descubrió el recóndito lugar junto a unos amigos y su perro. Falleció en 1995, treinta años después de que la cueva se cerrara al público, pero sin llegar a conocer que la peor noticia para su hallazgo estaba por llegar con el nuevo siglo. Pero volvamos al principio...

Lascaux, un hallazgo por accidente

Cuatro chavales y un perro

En septiembre de 1940 el joven Marcel paseaba junto a su perro Robot por una zona cercana a Montignac (región de Dordoña) donde había una misteriosa cueva que siempre había estado sellada debido probablemente a un corrimiento de tierras hasta que un abeto arrancado por una fuerte tormenta despejó un poco la entrada.

En este momento aparecen distintas versiones de la historia, que los descubridores han alentado a lo largo de los años en varias entrevistas.

Por un lado se dice que el perro perseguía a un conejo que se escondió por el agujero y, por otro que fue el chaval el que lo halló accidentalmente. Lo que es seguro es que con la oscuridad ese primer día no pudieron asomarse demasiado ni contemplar las más de 1500 pinturas conservadas con sus tonalidades originales que se escondían en la gruta.

Unos días después se acercó con tres amigos, comprobaron la profundidad de la cueva y comenzaron a explorar el lugar con una lámpara de aceite acompañándoles en el peligroso descenso.

Una vez allí se quedaron fascinados con las siluetas de toros, bisontes, ciervos y otros animales que comenzaron a desfilar ante sus ojos, con sus pigmentos marrones, rojos y ocres resaltando sobre el techo y las paredes de calcita.

Volvieron al día siguiente y usaron una cuerda para seguir explorando el sitio y decidieron desvelar su secreto a unos pocos amigos, a los que pensaron en cobrar entrada. Así apareció la primera explotación comercial de la cueva, tal y como recoge la web del Comité Internacional para la Conservación de Lascaux.

Y llegó el ser humano

Los cuatro amigos decidieron acudir a un maestro jubilado, León Laval, para investigar el tesoro recién hallado. Éste recurrió a Henri Breuil, un gran especialista del arte primitivo, que había huido de París por la ocupación alemana y se vivía cerca de la región de Dordoña.

Después de la Segunda Guerra Mundial la cueva se abrió al público, recibiendo tal cantidad de visitas que la gran cantidad de dióxido de carbono producido por la respiración humana comenzó a a afectar a las pinturas a partir de 1955. En 1963 se cerró al público para evitar la decadencia por el turismo masivo.

Pero ni la construcción de una réplica a tamaño natural ni la protección de la UNESCO sirvieron para detener la peor de todas las amenazas: la mano del hombre.

Los hongos se reprodujeron tras un tratamiento agresivo

Cuando el remedio es peor que la enfermedad

En 2001 se detectaron manchas blancas en muchas de las representaciones de la cueva, provocadas por la aparición de hongos. Las autoridades francesas entonces aprobaron el uso de un fungicida muy agresivo.

Después de la aplicación comenzaron a aparecer unas sospechosas manchas negras, pero no fue hasta 2006 cuando otros hongos y bacterias volvieron a atacar con fuerza las pinturas rupestres. Y como solamente el hombre tropieza dos veces con la misma piedra, se repitió el mismo tratamiento.

Eliminando unos hongos se favoreció la aparición de otros, según una investigación que el gobierno francés encargó al CSIC, que abogó en su estudio por una conservación preventiva al estilo de Altamira.

Aunque las pinturas y grabados no hayan perdido ni un ápice de interés, la acción del hombre, la luz artificial y la batalla contra los hongos están matando lentamente a uno de los hitos del arte prehistórico.

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