En la prisión, Rick empieza a despertar poco a poco de su estado semi-catatónico después de darse cuenta de que las llamadas de teléfono no eran más que el delirio más salvaje que ha sufrido su mente hasta el momento. Ni es otro grupo de supervivientes que busca refugio ni por supuesto su mujer muerta, de la que nunca ya podrá despedirse ni tampoco decirle que a pesar de todo todavía la quería. Rick tendrá que aprender a vivir con la culpa y seguir adelante.

Una de las pocas alegrías que ha tenido el capítulo se la ha llevado Daryl. El sureño, que no es muy de exteriorizar sus sentimientos, ha tenido dos momentos que demuestran lo que ha crecido el personaje a lo largo de estas tres temporadas. Primero su conversación Carl, que está madurando a base de golpes (emocionales) tras la muerte de su madre y la locura de su padre,  y después el reencuentro con una Carol a la que todos ya daban (dábamos) por muerta. Un romance que sigue a la espera de que alguno de los dos se decida a dar el paso.

La salida de Michonne de Woodbury, perseguida por Merle, pondrá en contacto a dos grupos que estaban condenados a enfrentarse desde el principio de la temporada. Maggie y Glenn llegan  se enteran de la peor manera posible de que el hermano de Daryl sigue vivo y sufrirán en sus propias carnes la particular hospitalidad del Gobernador. Michonne consigue escapar de sus perseguidores  pero el panorama que se encontrará en la prisión no será mucho mejor. Llega como emisaria de una guerra que ya tiene escrito su primer capítulo.

Lo mejor del capítulo: La llegada de Michonne a la cárcel cubierta de sangre zombi para pasar desapercibida entre los caminantes.

Lo peor: Andrea (de nuevo). Se ha olvidado pronto del circo zombi-romano y ha conseguido meterse en la cama del Gobernador. La que juega con fuego termina quemándose.