Solo hay que ver el tráiler de 'Smiley' para percibir que Carlos Cuevas y Miki Esparbé tienen una química explosiva entre ellos. Cuando se transforman en Álex y Bruno esto es inapelable y, con seguridad, uno de los motivos que han hecho que esta comedia romántica LGTBI sea una de las tres más buscadas en Netflix desde su estreno la semana pasada. Pero esto, por sí solo, no sería suficiente. 'Smiley' cuenta, además, con unos diálogos muy bien hilados que hacen ver, desde el minuto uno, el mundo interior de Álex y Bruno en una confrontación que divierte a la vez que ayuda a empatizar con ellos.
Besos que te crees
Puede que más de uno se sorprenda emocionándose cuando se besan, porque el modo en que lo hacen no es al que estamos acostumbrados cuando aparece un personaje gay en una serie convencional. Además, en su tumultuosa relación nada se puede dar por hecho y parecen hacerlo siempre como si se tratara de una especie de rescate mutuo, irracional y apasionado, como a vida o muerte. Poco importa la orientación sexual de los actores, sencillamente consiguen que te lo creas y lo hacen con un estilo que funcionará con cualquiera que no viva en las cavernas.
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Además, las escenas sexuales están tratadas con mucho sentido para hacer transitar al espectador entre la fogosidad y el romanticismo que rige la vida de los propios personajes. El sexo se atisba dejando que nos colemos lo justo para comprender las reacciones y los comentarios que genera en sus protagonistas. Quizá este aspecto de la serie funcione especialmente bien por cómo está dirigida y por el hecho de que los actores contaran con coordinadoras de intimidad que les ayudaron a evitar situaciones incómodas y dejarse llevar.
La línea invisible
Esa línea imaginaria que parece unir a Álex y Bruno es un buen recurso para ilustrar la importancia de los diálogos en la serie. Vayamos al punto de arranque. Álex trabaja en un bar gay de Barcelona en el que, casi a modo de fetiche anacrónico, hay un teléfono rojo colgado de la pared. Pero no se trata de un mero adorno, sino de un teléfono real que se convierte en la materialización sonora de un nexo mágico entre personas que, por diferentes que sean, parecen destinadas a conocerse. Eso es, de hecho, lo que Bruno le plantea a Álex cuando le habla de una historia milenaria japonesa que asegura que hay un hilo rojo invisible que une a las personas que un día deberán encontrarse. El hilo acabará, de hecho, apareciendo en la serie como guía hacia los, aparentemente inalcanzables, deseos de sus desorientados protagonistas.
La llamada al teléfono rojo ocurre en respuesta a un mensaje que Bruno ha recibido por error cuando Álex marca el número de teléfono equivocado para poner de vuelta y media a una pareja anterior. La breve conversación despierta en ambos la curiosidad por conocerse. Lo curioso es que el mensaje de Álex en el contestador es una suerte de monólogo que, como arranque de serie, resulta muy interesante porque, casi solo con palabras, te deja bien claro de dónde viene Álex y por qué el encuentro con Bruno, a priori improbable, tiene todo el sentido.
Por su parte, Bruno es una suerte de cultureta que trabaja como arquitecto que vive en un piso irreal para los tiempos que corren y no se come ni un colín en las apps de ligoteo. Es un amante del cine antiguo, le encantan las comedias románticas y busca a sus parejas en ambientes alternativos porque cree que encontrará gente más afín a sus gustos.
Su reacción al mensaje de Álex se reproduce entre su solitaria casa y su oficina, donde interactúa con su amigo Albert, el personaje herterosexual interpretado por Eduardo Lloveras que le hace de confidente mientras enfrenta el declive de su propio matrimonio con la madre de sus hijos que es, además, la hija de su jefe. Al verlo comentarlo y estudiar si debe contestar al mensaje de Álex iremos conociendo a Bruno y también las circunstancias que le llevarán a lanzarse a la piscina.
Los secundarios
A este retrato diverso suman mucho las historias paralelas de unos secundarios que complementan un universo que, en lo esencial, existe para mostrarnos que hay miles de formas diferentes de amar. Javier, el personaje excesivo pero entrañable de Pepón Nieto, encarna la soledad y la necesidad de ocultarla entreteniendo a los demás.
En la piel de Ramiro, Carles Sanjaime nos muestra una cobardía cuyas consecuencias, cuando se trata de amor, el tiempo es incapaz de mitigar. Lo hará regresando a la vida de la madre de Álex de un modo inesperado. De eso de la cobardía también sabe Albert, que tiene una vocación frustrada y su amor no parece capaz de compensar los sinsabores de una vida insatisfecha. De hecho, es su mujer Núria, a la que interpreta Ruth Llopis quien podría acabar apartándose de él si nos espabila.
Ramón Pujol es el personaje homónimo que lo intenta con Bruno pero cuyo enamoramiento de libro está lejos de poder competir con el desmadre hormonal que Álex puede generar en su pareja con una simple mirada.
Patricia y Vero son las lesbianas a las que dan vida Giannina Fruttero y Meritxell Calvo, que entre decisiones sobre qué vida quieren llevar irán dando tumbos dispuestas a caer incluso en la tentación de abrir la relación.
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