Amalia Andrade, estudiante española, vive en Países Bajos desde hace casi seis años. Confiesa que la conquistaron los tulipanes y el transporte en bicicleta pero lo describe como un "país de ratas", pues explica que las personas generosas con las que se ha encontrado suelen tener un progenitor, generalmente la madre, que no es holandés.

"Ellos mismos lo dicen, no es algo de lo que se avergüencen", apunta, y recuerda una anécdota en la que una pareja terminó discutiendo por ver quién pagaba un céntimo más porque querían dividir la cuenta del restaurante. Al final, aclara que tuvo que descontarles ese céntimo e ironiza con las propinas: "Suerte que te dejan dos euros".

"Me he ido juntando con gente que cuanto menos holandeses son mejor", admite, y cuenta que huye de los cumpleaños holandeses, a los que los inmigrantes indica que llaman "el círculo de la muerte". En estas reuniones, relata que se sientan en un círculo, se pasan un plato de albóndigas y otro de queso y se beben una taza de té cada uno y, lo más probable, es que compartan la bolsa de té. "¡Menudo fiestón!", espeta Dani Mateo.