En España vemos como algo aquellos parlamentos en los que se llegan a las manos. Sin embargo, durante la República pasó algo parecido. En el diario de sesiones del año 34 se registró un "violento altercado" entre dos diputados que "llegan a agredirse" y "provocan un verdadero tumulto". Tal y como explica Eduardo González Calleja, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III, parece ser que "hubo un incidente que implicó a parlamentarios monárquicos y socialistas".

Para defender a un compañero agredido, Indalecio Prieto, líder del PSOE, sacó una pistola en pleno hemiciclo. Después se justificó diciendo que no fue la única arma que se desenfundó aquel día. "La accesibilidad a las armas de fuego se multiplicó en España al final de la Primera Guerra Mundial. Muchos dirigentes políticos o iban armados o llevaban guardaespaldas", ha proseguido explicando Eduardo, en un contexto muy complejo.

"Aquí llevaba armas hasta el apuntador. Los diputados llevaban armas, y de hecho los presidentes de la Cámara impusieron la obligación de dejar las pistolas a la entrada del Congreso por lo que pudiera pasar", ha destacado Fernando del Rey, catedrático de Historia del Pensamiento y los Movimientos Sociales de la Universidad Complutense de Madrid. Porque sí, era una época difícil en la que Musollini reinaba en Italia. Y cuando arengaba a las masas, le gritaban 'Duce' (en italiano, 'el líder', 'el jefe').

Lo mismo que decían quienes vociferaban en sus mítines a José María Gil Robles, líder de la coalición de partidos de derechas que ganó las elecciones en 1933,la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). "Un partido que, por primera vez, moviliza a las bases sociales católicas en España contra la República, defendiendo el orden, y que deriva hacia el autoritarismo, como derivan gran parte de los movimientos conservadores y de orden en la Europa de los años 30", ha apuntado el historiador y profesor de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova.

La CEDA nunca fue fascista, pero su líder sí estuvo en el Congreso del Partido Nazi en Núremberg (Alemania) de 1933. Allí acudió Gil Robles dispuesto a tomar nota. A su regreso, la prensa de izquierdas daba la "voz de alarma" ante la "gran amenaza fascista". Según titulaban, Gil Robles quería "seguir el camino de Hitler". Como ha señalado González Calleja, "viajar a Alemania o al Parteitag de Núrember no le hace a uno nazi-fascista".

En este sentido, ha precisado: "Hubo muchos dirigentes que fueron a mirar y ver cómo se organizaba un partido de masas de carácter totalitario. Cuando (Gil Robles) retorna de Núremberg declara que su modelo político no es el nazismo". De la misma manera lo ha planteado Fernando del Rey: "No es un fascista, es un convervador que juega a la legalidad. Se autodefine como posibilista, aunque luego tendrá una evolución hacia posiciones claramente democráticas".

Sin embargo, Julián Casanova sí ha matizado que la CEDA era "un partido católico que se fue radicalizando y fascistizando; un partido que trata de incorporarse, de meter en la República, para destruirla".