Un chusco de pan y una lata de tres sardinillas para cinco presos. Es lo que se daba -y no todos los días- a aquellos que estaban en el campo de concentración de Isidro, que dibujó la desesperación que vivía junto a sus compañeros.
Su hijo Carlos traslada las palabras que le decía su padre: "Estuvieron varios días sin beber. Cuando llegaban los bidones con agua se peleaban compañeros, hermanos por conseguir un poco de agua por la desesperación en la que vivían".
Los presos se comían hasta los hierbajos que aún hoy crecen en el suelo salino en el que se encontraban. "Estábamos tan mal, tan hechos polvo, que nos daba igual que nos mataran al día siguiente, no es como una persona normal que le digan que le van a matar", recuerda Carlos que le decía su padre.