Eduardo Tamayo hacía negocios con José Luis Balbás, líder de la corriente socialista de Renovadores por la Base. Habían participado en un negocio en el municipio madrileño de Villaviciosa de Odón, que empezó a crecer a finales de los años 90 al calor del ladrillo. Ambos conocieron a un personaje clave en esta historia: Francisco Bravo, un constructor que terminó afiliándose al PP, el mismo que reservó la habitación del hotel al que Tamayo escapó tras su traición.

"Era una opinión bastante extendida dentro del grupo socialista que Tamayo no era trigo limpio, pero nunca se encontró ninguna evidencia para apartarlo de las responsabilidades que tenía", revela el periodista Felipe Serrano. Un militante socialista llegó a investigar aquellos negocios y descubrió un esquema en el que Tamayo y Balbás parecían ligados a un gran entramado empresarial.

"Tamayo tenía un expediente ante el Comité de Ética del PSOE por esos negocios, por esas relaciones de José Luis Balbás y personas del mundo inmobiliario, del mundo de las finanzas", señala Alfonso P. Medina, responsable de Tribunales de laSexta. Serrano señala, además, que "internamente se estudió la posibilidad de apartarlo" tras la recepción de escritos que lo relacionaban "con diversas operaciones en La Cabrera y en Patones, pero finalmente el PSOE no encontró la manera de hacerlo".

Con estos peligrosos compañeros de viaje y la burbuja inmobiliaria en plena ebullición, Rafael Simancas ya avisaba en aquella campaña de que se iban a poner en juego "muchas influencias y poderes". Veinte años más tarde reconoce que sufrió presiones desde los negocios urbanísticos "y más allá", como puede observarse en el vídeo situado sobre estas líneas.