Tras ser nombrado candidato a las elecciones generales, Aznar tiene un problema, nadie le conoce. Un problema con una solución: exhibirse. Permite que le graben paseando con su jersey sobre los hombros a juego con los complementos de su mujer o en su austero despacho de la calle Génova. Incluso abre a las cámaras la intimidad de su hogar. Ahí comienza Aznar a jugar la baza de su esposa.
La misión de Ana Botella es dulcificar la imagen de su marido que ya tiene fama de seco, de duro. Siendo presidente de Castilla y León, 'El País' le pide que elija a un personaje histórico para retratarse. Aznar elige a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Ahora debe esforzarse por parecer agradable y sencillo.
Avanzado el flanco personal, Aznar tiene otra obsesión. El líder quiere desvincular al PP del franquismo y abrazar la modernidad. ¿Y qué es moderno en 1993? Kylie Minogue despliega sus encantos. A sus pies, sin parpadear permanecen José María Aznar, Javier Arenas, Rodrigo Rato, Álvarez Cascos y Mariano Rajoy. La cúpula del primer Aznarismo, juntos, en un programa de televisión. Están allí para eliminar la sombra del franquismo, todavía ligada a la marca PP.
Quitar esa idea a los votantes se convierte en prioridad máxima para el Partido Popular. Misión cumplida. En 1993, Aznar roza el poder, pero en el 96, lo logra. 15 años comandó Aznar el PP. 107 diputados en 1989, 141 en 1993, victoria con 156 en 1996 y mayoría absoluta con 183 en el cambio de siglo. Unidad máxima gracias al pegamento del poder y a su escudero Álvarez Cascos. Obediencia militar como nunca se había visto. La última muestra del poder omnímodo de Aznar fue el gran dedazo. El que inicia la tercera fase de la derecha en España: la era Rajoy.