Arabia Saudí, el país que hoy juega en la liga de las riquezas extraordinarias era ayer un poblado chabolista, un territorio hostil cuyos habitantes vivían a lo pastor.
Sin embargo, la cosa cambió a principios del siglo pasado cuando llegó Abdulaziz bin Saúd, abuelo del actual príncipe heredero Bin Salman, que condujo a sus veloces jinetes para conquistar el poder.
Lo llevó a cabo hasta hacerse con buena parte de una península arábiga a la que, en un alarde de modestia, bautizó con el apellido familiar: Saudí.
"Arabia Saudí es como si fuera una parte más del patrimonio de la familia real, de los Saúd. Es el gran patrimonio que tiene esa familia que gobierna prácticamente desde hace 90 años", explica David Hernández, autor de 'El reino de Arabia Saudí y la hegemonía de Oriente Medio'.
Pero el botín de los Saúd venía con sorpresa. En 1938, en aquella Arabia ya Saudí, se descubrió petróleo a mansalva, así que la familia abriría el grifo de la riqueza a capricho.
"A partir de la década de los 40 es cuando se empieza a producir en masa petróleo y Arabia Saudí se convierte en el primer exportador de petróleo del mundo", destaca Hernández.
Unos años después el rey Bin Saúd se reunió con Roosevelt escenificando la imagen de una complicidad que duraría décadas hasta hoy.
"Arabia Saudí no tendría tanto peso específico a escala regional y a escala internacional sin tener en cuenta sus importantes riquezas de petróleo. Esto ha favorecido también las alianzas internacionales que ha configurado, primero con Estados Unidos, prácticamente desde la Segunda Guerra Mundial, y últimamente con varios países asiáticos y, sobre todo, con China", explica Ignacio Álvarez Ossorio, catedrático de Estudios Árabes de la Universidad Complutense de Madrid.
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