Inflación alimentaria
La alimentación sube de media en torno a un 40% en los últimos cinco años: quién paga el pato y qué alternativas existen
¿Por qué es importante? Los alimentos han sufrido una de las mayores subidas de precios de los últimos años, incluso por encima del IPC. Pero ¿cuánto han subido? ¿por qué lo han hecho? Y, sobre todo, ¿es una situación reversible?

La teoría del caos plantea un concepto que ha resonado infinitas veces en nuestras cabezas y que Hollywood ha explotado hasta la saciedad. En 1972, Edward Lorenz planteó una pregunta en una reunión anual en el MIT que desde entonces recorre el mundo como un aforismo moderno: ¿Puede el aleteo de una mariposa en Brasil provocar un tornado en Texas? La idea, nacida en el contexto de la predicción meteorológica, cobra hoy un sentido renovado en una sociedad hiperconectada, donde cualquier chispa en un extremo del mundo incendia la economía en el otro.
El ejemplo más reciente lo vivimos con el estallido de la Guerra de Ucrania: un conflicto en la otra punta de Europa capaz de disparar los precios de la energía, los fertilizantes o los cereales. Pero la inflación que nos golpea no responde a un único factor. Entonces, ¿por qué ha subido todo tanto? Y lo que quizá sea más urgente: ¿cómo se puede frenar?
La alimentación ha subido de media en torno a un 40% en los últimos cinco años. Miguel Sebastián, economista y exministro de Industria, explica: "La alimentación ha subido bastante más que el IPC. Las frutas, las verduras, la carne, el pescado... han subido cerca de un 50%. Lo que llamamos alimentos elaborados, esos han subido en torno a un 37-38%".
Empecemos por los elementos diferenciales. Hay un dato especialmente revelador: la correlación entre la subida de los márgenes empresariales y el aumento del índice de precios de la FAO. El mercado mundial del cereal y las semillas oleaginosas está controlado en torno al 73% por las ABCCD, las cinco grandes comercializadoras del sector.
Sus beneficios registraron cifras récord entre 2021 y 2022, justo en el pico inflacionario tras la invasión rusa, con incrementos que oscilan entre el 75% y el 300% respecto al promedio de 2016-2020, según un estudio del IDRA (Instituto de Investigación Urbana de Barcelona). Adrià Rodríguez, investigador de la institución, matiza: "Cuando hablamos de alimentación es muy importante distinguir entre pequeños y medianos productores, distribuidores y las grandes empresas. Esto que se llama oligopolio alimentario".

"Ahora toca apretarse el cinturón" se repite como mantra en los tiempos de crisis. Sin embargo, la frase adquiere un matiz caricaturesco cuando quienes la pronuncian se ajustan el cinturón... no por necesidad, sino porque el peso del dinero que rebosa en sus bolsillos hace que se les caigan los pantalones.
Otro concepto clave es el de la Cheapflation, o baratoinflación. El mismo estudio del IDRA revela que los alimentos más baratos, aquellos más básicos, han sido los que más han visto incrementado su precio: un 37% frente al 23% registrado por los alimentos más caros.
"Esto perjudica especialmente a la gente trabajadora, también a las clases medias, y perjudica no solo en términos de poder adquisitivo, sino en términos de salud, porque la gente salta de productos de mayor calidad a productos de menor calidad", explica el investigador Adrià Rodríguez. Identificamos una dinámica que castiga, como siempre, a las familias con menos recursos.
A esta mezcla explosiva se suma la financiarización del sistema alimentario. Tras la crisis de 2008, los mercados reorientaron capitales hacia nuevos modelos que transformaban los alimentos en activos financieros. Bancos de inversión, fondos especulativos y actores ajenos al mundo agrícola comenzaron a influir de forma masiva en los precios, generando una desconexión cada vez mayor ente los valores fijados en las bolsas internacionales y las condiciones reales de producción, oferta y demanda. Igual que con la vivienda, parece que la especulación con lo más básico es el paradigma de nuestra época.
Incluso las modas alimentarias tienen su cuota de responsabilidad. Pasear por según qué barrios se ha convertido en un aluvión de locales chic, instagrameables, y con productos cada vez más caros. Claro está el ejemplo en el auge de las cafeterías de especialidad, donde se puede disfrutar de tomar cafés con nombres impronunciables a precios que atragantan. Pero no solo ha pasado con el café: lo hemos visto con las Smash Burger, las tartas de queso e incluso las gildas. Productos que antes encontrabas a buen precio en cualquier bar con barra humilde y que ahora se venden en lugares "especializados" a tarifas prohibitivas.
Por supuesto, el cambio climático juega un papel decisivo. La desestabilización del clima condiciona indudablemente la producción agrícola: reduce la estabilidad de las cosechas, aumenta la volatilidad y obliga a abandonar determinados cultivos en zonas donde las condiciones dejan de ser propicias. Vale, estamos así, pero ¿qué podemos hacer?
Pues es precisamente en el sector de la agricultura donde puede germinar la semilla de un cambio. Una de las grandes bazas a jugar es la agricultura regenerativa. Esta propuesta se basa en el mejor tratamiento del suelo para propiciar la resilienciade este a través del menor uso de maquinaria, la implementación de mantos vegetales y la rotación de cultivos.
"Se trata de mejorar la estructura, mejorar la capacidad de retención de agua y con ello tener un colchón para que la planta sea capaz de soportar esas inclemencias que no le vengan favorables. Yo creo que a lo largo de los años veremos la diferencia", nos cuenta Eder, agricultor vasco. Si bien es cierto que, a día de hoy, supone un encarecimiento del producto, podría ser una opción viable a largo plazo si más agricultores se suman a la iniciativa.
Hace poco más de un año, planteamos esta posibilidad desde laSexta Columna como un proyecto piloto de investigación que llevaban a cabo desde Sustraiak Habitat Design apoyados por la UE. Hoy en día, es una realidad. Andrés, director general de la Cooperativa Garlán, que producen alimento para grandes multinacionales, ya la usan en algunos de sus campos.
A través de este modelo, se reduce la dependencia de materias primas dependientes de factores externos: "Si somos capaces de reducir el uso de fertilizantes minerales en un 30 o un 40% lógicamente vamos a tener menos dependencia de ciertas materias primas como puede ser el gas natural que es el que determina el precio de los fertilizantes". La agricultura regenerativa abre una nueva puerta a la esperanza, a buscar la manera de intentar apaciguar los precios y, además, reducir el impacto en el futuro de nuestro planeta.
Podemos asegurar que los alimentos no volverán a los precios de antes de la pandemia, pero la clave es ralentizar la inflación. Para ello no existen fórmulas mágicas ni milagrosas. El proyecto social del que se requiere para su reversión es más largo y complejo que el de subida. Los precios suben como un cohete, pero bajan como una pluma.
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