Entre la última aparición pública de Francisco Franco en 1975 y la campaña electoral de marzo de 1979 pasan sólo cuatro años. Para llegar aquí, Suárez debe sentar en la misma mesa a enemigos a muerte con intereses incompatibles.

Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista. Frente a él su hasta entonces enemigo, Manuel Fraga, ministro franquista y aspirante a gobernar España. Josep Tarradellas, presidente nacionalista en el exilio de Cataluña que sueña con la independencia. Felipe González y Alfonso Guerra, dos jóvenes socialistas sevillanos que al acecho del poder.

Pero los que bien podrían haber sido los líderes de un nuevo enfrentamiento entre españoles, tenían una cosa en común: Adolfo Suárez. El presidente al que se oponían, el hombre que dialogaba con todos.

La primera de estas parejas imposibles la forman Suárez y Carrillo. Un exfalangista y el líder comunista. En la Transición, Carrillo era el máximo dirigente del principal partido de la oposición a Franco. El Partido Comunista es la obsesión del Régimen.  El más activo y el que tiene mayor fuerza en la calle.

Cuando muere Franco, Carrillo quiere el poder. Así que se pone la peluca y entra en España de forma clandestina. La presencia de Carrillo en España y su detención es un desafío a Suárez, una presión para que legalice el PC.

El presidente responde al reto. Se juega su carrera política y acepta reunirse en secreto con el líder comunista. Llegan a un pacto: Suárez acepta legalizar a los comunistas cuanto antes, si Carrillo acepta la monarquía, renuncia a la república y a la bandera tricolor…Y cumplen. La reunión Suárez-Carrillo consigue algo más: la amistad entre los líderes de dos bandos aparentemente irreconciliables.

Suárez también tiene que entenderse con Fraga: presidente y aspirante, frente a frente. Manuel Fraga lo fue todo con Franco: embajador, vicepresidente, ministro de la Gobernación. Muchos consideraban que el rey le llamaría a él para ser presidente, pero ese teléfono sonó en casa de otro.

A partir de ese momento Fraga trabaja para montar un partido de derecha que le robe el poder a Suárez. Reúne a varias figuras del franquismo, incluido su último presidente, Carlos Arias Navarro. No le fue bien. El partido reformista sólo obtuvo 16 diputados en el 77 y 10 en el 79.

La lucha entre Suárez y Manuel Fraga, uno de los padres de la Constitución, deja a este último casi en la irrelevancia política. Sin embargo, no le guardó rencor, apoyó la investidura de Suárez como presidente en 1979.

La relación más difícil de Suárez fue con el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. Porque fue una lucha cara a cara por el poder. La estrategia de González y Guerra para llegar a la Moncloa tiene dos frentes: primero, moderarse. No asustar al electorado con idearios revolucionarios. Por eso, renuncia a unos de sus principios, al marxismo. Y segundo frente: atacar durísimamente a Suárez. Aquí entra en escena Alfonso Guerra.

Aun así, Suárez y los líderes del PSOE dejan a un lado los intereses personales y siguen dialogando. Juntos logran un hito de la democracia española. Los pactos de la Moncloa. Y apoyan juntos la Constitución. Con los años, los grandes enfrentados de la Transición acabaron reconciliándose con Suárez. Incluida su bestia negra.