Pepe y Blanca se clasificaron para la final a la primera y se dedicaron a “putear” a sus archienemigas de Astorga, en palabras del propio Pepe. El de Marbella tiene un corazón que no le cabe en el pecho. La clasificación les dio la oportunidad de castigar a madre e hija por teléfono en mitad de la prueba. Os aseguro que he visto llamadas de sicarios colombianos más agradables que la de Pepe a Sonia.

Los primos fueron por detrás gran parte de la etapa pero continúan teniendo ese imán indescriptible, ese don que sólo tienen los elegidos que permite encontrarse con un coche de canis mientras hacen autostop y montarse una rave, una especie de Pachá en mitad de las 3000 viviendas. Tanto sufrimiento tuvo recompensa, en la casa dónde los acogieron gozaron de lo lindo viendo un capítulo de Doraemon mientras se hinchaban a comer tarta, el sueño de todo adulto.

Sonia e Ylenia se dedicaron a superar los obstáculos que les imponía el sicario marbellí. Consiguieron competir hasta la última prueba de la etapa: encontrar fragmentos de azulejo en unas urnas llenas de alacranes, purés apestosos y otras delicias que les provocaron casi tanto asco como sólo el propio Pepe les es capaz de provocar. Contra todo pronóstico fueron los primos los que se clasificaron para la final. Cuando Cristina anunció los ganadores, Pepe soltó una risa maligna y se sentó en un sillón a acariciar a un gato negro mientras miraba fijamente a Sonia. Cuentam los nativos que el eco de esa risa diabólica despertó a una manada de elefantes en Bombay.

Para la final nos queda un combate muerte entre aristócratas y primos: el Rocío contra el Arenal Sound, el vino fino contra el calimocho, el marisco contra las patatas fritas, las dos Españas batiéndose a duelo en la tierra a la que creyó llegar Cristobal Colón. Que Shiva nos coja confesados.