A Bretón no le ha servido de nada sollozar mientras hablaba de sus hijos mirando directamente al jurado. En sus 22 páginas de sentencia, el juez califica de "venganza", "pantomima" y "simulación chapucera" cuando Bretón alegó haber perdido a sus hijos, a los que el magistrado califica de "desdichados menores".

Apreciativo y con anotaciones puntuales, el juez tiene muy en cuenta la personalidad de Bretón. "No le gustaba, por ejemplo, tocar las barandas de los autobuses, ni sentarse en los asientos de los autobuses, ni en un banco en un parque", contaba Ruth en su declaración en el juicio.

Precisamente, son esas manías las que, para el juez, desmontan incluso la coartada del parque. El magistrado entiende que, cuando supuestamente los perdió de vista, el hecho de que el acusado estuviera sentado en una incómoda barra de ejercicios físicos a ras de suelo, es completamente absurdo.

Tanto por la propia naturaleza de los hechos -¿por qué se iba a sentar en u sitio tan inapropiado cuando ya estaba prácticamente llegando a su destino?-, como por sus rasgos de personalidad puestos de manifiesto hasta la saciedad por sus amigos  y por los peritos.

"Si para sentarse en el autobús limpiaba previamente el asiento o ponía papeles, difícilmente se iba a sentar en un palo sucio al borde de un pavimento terrizo", dice la sentencia.

Tanto tiene en cuenta el juez las peculiaridades de Bretón, que hasta le desatan más sospechas. Por ejemplo, la cantidad desorbitada, esos 250 litros de gasoil, que compró días antes.

Porque entiende que: "desde Huelva a Córdoba para realizar un incómodo e innecesario repostaje para el viaje de vuelta, con el riesgo añadido de derrame o suciedad en el vehículo -él que es tan ciudadoso y escrupuloso-".

Aunque Bretón haya asegurado en el juicio que "el coche es de gasoil y lo gasta", para el juez "su premeditación, su frialdad y su falta de arrepentimiento" hacen que tilde al padre de José y Ruth como una persona "despiadada" e "inhumana".

El juez Pedro Vela añade que "el carácter despiadado que revela la ejecución de los delitos, puesto que al calcinar e intentar hacer desaparecer totalmente los restos de los niños, el acusado pretendía multiplicar el dolor de la madre de los mismos, contra la que estaba dirigida indirectamente su acción, que quedaría toda la vida con la incertidumbre de qué había pasado con sus hijos".

Un comportamiento no solo despiadado. Desde el día uno del juicio se ha perfilado el lado más oscuro e intratable de Bretón. "Cuesta trabajo imaginar que un ser cualquiera, cualquier ser que se llame humano, sea capaz de hacer lo que ha hecho este señor", dijo María del Reposo Carrero, abogada de Ruth, en el juicio.

Y así lo recoge también la sentencia: "en relación con la inhumanidad del comportamiento del acusado, que matando a sus hijos e intentando hacer desaparecer sus cadáveres ha vulnerado deberes éticos y sociales básicos en cualquier sociedad civilizada, así como su absoluta falta de arrepentimiento".

Porque nunca ha pedido perdón. Ni en su alegato final en el que se enzarzó como si fuera un espectador más. "¿Pueden garantizarme al cien por cien todas las acusaciones" Ninguna", decía Bretón.

Hasta le chistó su abogado de fondo, el único que, por otro lado, asegura que le ha visto llorar. Aunque en sus 15 días de banquillo, Bretón, por momentos, parecía que no le latiese ni el corazón.