La madrugada del viernes 3 de diciembre se perdió en Badajoz el rastro de Pablo Sierra. El estudiante de Matemáticas de 21 años estaba con un amigo en la calle Zurbarán, en pleno centro de la ciudad, e iba a regresar a casa, a una residencia de estudiantes donde llevaba dos años viviendo. Sin embargo, nunca lo hizo.

"Es un niño buenísimo. Él nunca nos ha dado ningún problema, es estudioso, responsable y trabajador", asegura Susana Moreno, su tía.

Tras la desaparición, inmediatamente su familia interpone la denuncia y empapela Badajoz con su rostro para tratar de encontrarlo cuanto antes.

Unas horas después se da el que, hasta ahora, ha sido el único hallazgo. Su teléfono móvil aparece a tres kilómetros del lugar donde se le pierde la pista, en Las Crispitas, un punto situado en dirección opuesta a su campus muy cerca del río Guadiana. La gran pregunta es cómo llegó hasta allí el terminal.

"Angustia ver que van pasando los días, es inevitable que cada vez no sepamos qué pensar", añade su tía.

Durante cinco días, efectivos de Cruz Roja, Protección Civil y Policía han peinado la zona, pero ni rastro del joven.

Para los investigadores, la fuga voluntaria está totalmente descartada. Ahora trabajan con la hipótesis de que Pablo se cruzara con alguien de camino a casa. Están revisando las cámaras de seguridad de la zona y analizando su teléfono móvil, sus últimas llamadas y su geolocalización pueden arrojar algo de luz a su paradero.

Además, las declaraciones de los testigos que le vieron por última vez también son clave. Pero el tiempo corre y una semana después de su desaparición, sigue sin haber noticias de Pablo Sierra.