Escenas del crimen que son fruto de la impulsividad, sin apenas planificación, en las que el asesino mata con lo primero que halla, sin importarle dejar a su paso un reguero de sangre, pruebas y huellas.

Para el FBI, estos crímenes eran cometidos por asesinos desorganizados. Como Leandro Matías, el autodenominado carnicero de Valdemoro, que habría esparcido el cuerpo de su Víctima, una joven de 18 años, por el interior del chalet donde vivía de okupa.

Cuando los investigadores llegaron a la vivienda se encontraron a Leandro llenó de sangre y a punto de deshacerse de la cabeza de la joven en unos setos.

Impulsivo, y con unos gustos muy particulares tal y como él mismo mostraba en sus redes sociales. De intereses macabros, tenía antecedentes violentos. Y, aunque se desconoce el móvil del crimen, no fue nada cuidadoso ni organizado.

Como tampoco lo fue Alberto Sánchez ocho meses antes. Conocido como el caníbal de Ventas, a sus 26 años asesinó a su madre Soledad Gómez en esta casa que ambos compartían en Madrid

Después la descuartizó y fue deshaciéndose del cadáver, comiéndose incluso algunas partes. Antes de los hechos, estuvo ingresado en un centro psiquiátrico pero siempre volvía a casa.

Pendiente de juicio, de confirmarse su enfermedad mental sería un eximente, como en el caso de Ángelo Carotenuto. El 14 de abril de 2008, el hombre de 35 años, apuñaló y decapitó a su madre en Santomera, Murcia y se paseó por el pueblo con su cabeza bajo el brazo.

Diagnosticado de esquizofrenia, fue absuelto y se le impuso una medida preventiva de internamiento en un centro psiquiátrico penitenciario por un máximo de 20 años.

Bruno Hernández intentó conseguir la misma sentencia, pero no lo consiguió. El conocido como descuartizador de Majadahonda asesinó a su tía y a la inquilina que vivía en una de sus viviendas, en Madrid.

Después descuartizó y trituró los cadáveres en una picadora industrial de carne que tenía en el sótano de su casa. Los cuerpos nunca fueron encontrados, aún así, fue condenado a 27 años, tres meses y un día de prisión por considerarse que, mientras cometió los crímenes, no estaba en pleno brote psicótico y no era un asesino desorganizado al uso.