La sección femenina fundada por Pilar Primo de Rivera fue la herramienta que el franquismo utilizó para moldear a las mujeres de la época a su antojo. El objetivo era desmontar los mínimos derechos que les había concedido el republicanismo. La rama femenina de la Falange acabó repartiéndose por toda España, pero sobre todo entre dos sedes: el Castillo de Magalia, en la provincia de Ávila, y el monumento nacional que Franco les cedió como sede central, el de la Mota, en Valladolid.

Durante la República, sus tareas se centraban en apoyar a la militancia masculina del partido, asistir a los presos de la Falange y a sus familias, pero con la guerra ganaron peso. Sobre todo en la retaguardia de las poblaciones conquistadas: en los hospitales, repartiendo ropa, comida y cartillas de racionamiento. Fue durante la contienda cuando se firmó la unificación con otros movimientos, convirtiéndose así en la única rama femenina entre los fascistas. Al acabar la guerra habían pasado de 2.500 militantes a casi un millón.

La Sección Femenina no era otra cosa que la versión española de la Liga Nacionalsocialista de Mujeres de la Alemania nazi. Clara Stauffer, una de sus enlaces, encontró en España el refugio de los fugados de Hitler. A ella, Primo de Rivera le encargó la oficina de prensa y propaganda de la Sección Femenina. Y no solo eso: las visitas, viajes e intercambios con representantes también de la Italia de Mussolini fueron frecuentes durante la guerra.

Después, la Sección Femenina sirvió sobre todo a Franco para afianzar sus ideales durante la dictadura. La designó como única responsable de la educación de las mujeres. De formarlas, de adoctrinarlas, de tutelarlas a través de revistas, de la radio, de sus abuelas, pero sobre todo de las llamadas escuelas del hogar. Lugares, según el régimen, destinados a preparar a la mujer "para encontrar en el hogar su vida, y al hombre, su descanso."

Era el lugar donde se prestaba el llamado Servicio Social de la Mujer, una especia de mili femenina, obligatorio para solteras de entre 17 y 35 años, si querían estudiar, trabajar, sacarse el pasaporte o el carné de conducir. Seis meses en los que estudiaban asignaturas como economía doméstica, corte y confección, lavado, plancha, puericultura e higiene.

Especialmente importante era la educación física, para cultivar el cuerpo femenino. Pero además del físico, en los códigos del movimiento lo importante estaba en educar emocionalmente a las mujeres: esconder su debilidad sentimental (el malhumor o los celos), disimular su inteligencia y someterse a la voluntad del hombre.

Esos valores empiezan a debilitarse, a perder influencia, con los cambios sociales y económicos de los años 60, hasta su disolución poco después de la muerte del dictador. Hasta entonces se había encargado de llevar hasta los pueblos más recónditos los valores que propagaba la rama femenina de la Falange. A través de las llamadas Cátedras Ambulantes: cuatro camiones laboratorio, con todo el material necesario para enseñarles, por ejemplo, cómo poner la mesa o bañar a sus niños.