La presidenta de Perú, Dina Boluarte, se encuentra en medio de una tormenta política y legal tras revelarse su afinidad por los relojes de lujo, un detalle que ahora le acarrea más de un problema. Con una colección que supera lo imaginable, los ojos están puestos en su muñeca, especialmente por un Rolex de oro rosa valorado en 15.000 dólares, adornado con diamantes, que ha despertado sospechas por su ausencia en las declaraciones patrimoniales de la mandataria entre 2018 y 2022, un valor que cuadruplica su salario oficial.

Una meticulosa revisión de 10.000 fotografías por parte de una revista ha dejado al descubierto que Boluarte posee más relojes Rolex que una joyería, con variedades que van desde el acero hasta el oro, pasando por correas de piel y diseños con eslabones macizos. Este hallazgo sugiere un posible enriquecimiento ilícito en un lapso de apenas cinco años desde su incursión en la política, poniendo en tela de juicio la procedencia de tales bienes y abriendo la puerta a investigaciones por parte de la fiscalía.

La defensa de Boluarte se centra en afirmar que su colección fue adquirida gracias a su trabajo, una explicación que no ha logrado disipar las dudas de la fiscalía. En un país donde áticos, coches de lujo y relojes forman el triángulo clásico de la corrupción, estos lujos se convierten en símbolos de un problema mayor, evidenciando cómo este tipo de bienes suele estar en el centro de grandes escándalos de corrupción, donde la discreción y el valor hacen de los relojes el complemento perfecto para el corrupto moderno.

La historia nos enseña, a través de casos como el de Guillermo Ortega y la trama Gürtel, o los escándalos que involucran a Ricardo Costa y Alfonso Grau, cómo los relojes de lujo han sido moneda de cambio, regalos o directamente objetos de deseo que vinculan a políticos con prácticas corruptas. Estas historias resaltan no solo el lujo como parte del botín, sino también la facilidad con que estos objetos pueden camuflar grandes sumas de dinero ilícito.

Finalmente, el caso de Juan Antonio Roca y el emblemático episodio de Alberto Luceño, quienes tuvieron que deshacerse de sus relojes de lujo para enfrentar consecuencias legales, nos recuerda que, en el mundo de la corrupción, los hábitos difícilmente cambian. Los relojes, más allá de marcar la hora, simbolizan un patrón recurrente en la trama de corrupción que parece repetirse sin importar el contexto geográfico o político.