La dependencia europea del gas ruso se remonta al 1981. Ronald Reagan presidía Estados Unidos y Leónidas Brézhnev la URSS. En Europa existía una obsesión por encontrar nuevas fuentes de energía más baratas y fue entonces cuando aparecieron las gigantescas reservas de gas ruso.

La idea del gasoducto se consolidó a pesar de las advertencias de Reagan. El presidente estadounidense conocía el peligro de esa dependencia gracias al trabajo de la CIA, que advertía con contundencia en uno de sus informes: si el gasoducto se construía la dependencia sería tal que tendría "graves repercusiones para Europa".

Los agentes de la CIA llegaron a dibujar el proyecto del gasoducto: uniría la la ciudad rusa de 'Nadym' con el punto más occidental de Ucrania. Y así fue exactamente como quedó finalmente: el gas ruso viajaría hasta a Ucrania y, de allí, hasta Alemania.

Reagan intentó bloquear el proyecto. Impuso duras sanciones para evitar la construcción de esa conexión, pero no lo logró. Europa y Rusia sellaron su alianza y el gas de la región de 'Yamalia-Nenetsia' empezó a calentar las casas de los europeos.

La profecía de la CIA de hace cuatro décadas es hoy una realidad: el 65% del gas que importa Alemania venía de Rusia hasta que comenzó la invasión. De hecho, más de un mes después del inicio de la guerra, la dependencia es tal que Europa no ha dejado de comprar gas a Putin.