Hace 35 años, España fue testigo de una de las revueltas más significativas en su historia reciente. Un 20 de febrero de 1989, 57 jóvenes de diversas regiones se plantaron frente a los Gobiernos militares, negándose rotundamente a servir en las fuerzas armadas bajo el mandato del servicio militar obligatorio. Este acto de rebeldía no solo puso en jaque al sistema, sino que abrió las puertas a una era de desobediencia civil que perduraría por más de una década.

El movimiento de insumisión no tardó en ganar adeptos. De esos 57 pioneros, el número se disparó a miles, con 25.000 jóvenes declarándose insumisos. Se negaban a aceptar la mili y cualquier alternativa que el Gobierno ofreciera como compensación. Su lucha, alimentada por convicciones firmes, resonó en una sociedad que, en su mayoría, les brindó su apoyo incondicional. Manifestaciones masivas, huelgas de hambre y canciones de protesta se convirtieron en el himno de esta revolución pacífica.

La respuesta del Estado fue dura: 1.670 insumisos acabaron entre rejas, con condenas que reflejaban la tensión entre el deseo de cambio social y la rigidez de las instituciones. A pesar de la represión, el movimiento no se detuvo. Incluso algunos miembros del sistema judicial empezaron a cuestionar la justicia detrás de estas sanciones, lo que llevó a absolución de figuras clave como Iñaki Arredondo, cuya historia se convirtió en símbolo de la lucha por la justicia y la libertad.

La persistencia de los insumisos y el apoyo popular finalmente dieron fruto. En 2001, se anunciaba el fin del servicio militar obligatorioen España, un hito celebrado por todo el país. La abolición no solo significó la victoria de la desobediencia civil, sino que también marcó el inicio de una nueva era para las fuerzas armadas españolas, ahora compuestas por voluntarios profesionales.