La reciente coronación de una mujer de 39 años, arquitecta y madre de dos hijos, nacida en Teherán, como Miss Alemania, ha sacudido los cimientos tradicionales de los concursos de belleza. Este hito no solo destaca por la ruptura de estereotipos, sino también por la evidente transformación en los criterios de selección. El concurso ha evolucionado para valorar la personalidad y la historia de vida de las participantes, más allá de su apariencia física.

Este cambio de paradigma no es exclusivo de Alemania. En España, la historia de Ángela Bustillo, Miss Cantabria 2007, marcó un antes y un después en la inclusión de mujeres madres en estos eventos. A Bustillo le fue revocado el título por ser madre, desatando un debate nacional sobre las políticas discriminatorias de los concursos de belleza.

La lucha de Bustillo no solo generó apoyo político y social, sino que también impulsó a la organización de Miss España a modificar sus reglamentos, eliminando la prohibición de participación a mujeres que habían sido madres o que no habían nacido mujeres. Este movimiento inclusivo allanó el camino para que, en 2018, Ángela Ponce se convirtiera en la primera mujer trans en competir en Miss Universo, abriendo puertas a la diversidad.

La influencia de estos cambios ha trascendido fronteras, alcanzando a Miss Universo, que recientemente eliminó varias de sus restricciones históricas, incluyendo el límite de edad, que estaba fijado en 28 años. Ahora, cualquier mujer mayor de edad puede aspirar al título, marcando un progreso significativo hacia la igualdad y la inclusión en estos certámenes a nivel global.

La transformación de los concursos de belleza refleja una adaptación a los cambios sociales y culturales que demanda la sociedad contemporánea.