Hace 26 años fue asesinado Miguel Ángel Blanco. Txapote, uno de los etarras más sanguinarios, le pegó dos tiros en la cabeza. Lo secuestraron una tarde de julio del 97 y ETA dio 48 horas al Gobierno para que se comprometiera a acercar a los presos de ETA a las cárceles vascas.
Su padre se enteró del secuestro por los medios de comunicación. Así empezó la cuenta atrás, dos días en los que toda España contuvo la respiración por la vida del joven concejal. Tenía tan solo 29 años, llevaba dos afiliado al PP y era concejal en el Ayuntamiento de Ermua. Era un político desconocido, pero en apenas unas horas su nombre resonó por toda España.
Esos días, mucha gente venció su miedo a ETA en el País Vasco y salió a la calle a pedir la liberación del edil de Ermua. Su hermana encabezó esas concentraciones, donde pedía a las instituciones traer de vuelta a su hermano, pero el gobierno de Aznar sabía que no podía cumplir con las exigencias de ETA y que la única forma de salvar a Miguel Ángel Blanco era encontrarlo con vida antes de que se acabara el plazo.
En la Puerta del Sol, miles de personas se congregaron por su liberación. Hubo concentraciones en ayuntamientos y plazas de toda España. Los lazos azules, en señal de protesta, coparon fachadas de edificios municipales y llegaron a los principales medios de comunicación.
Al día siguiente, a pocas horas para que se cumpliera el plazo, medio millón de personas participaron en Bilbao en la mayor manifestación de la historia del País Vasco. Acudió el presidente del Gobierno, el Lehendakari y todos los partidos políticos, excepto Herri Batasuna.
La sociedad y la política estaban unidos pidiendo a ETA su liberación, pero nada frenó a los terroristas. A las cuatro de la tarde, dispararon a Miguel Ángel Blanco, dejándolo en coma. La familia acudió rápidamente al hospital, pero no había nada que hacer para salvar su vida.
Al día siguiente, Ermua recibió el féretro de Miguel Ángel Blanco. Miles de personas desfilaron por la capilla ardiente. Un funeral casi de Estado al que acudieron Felipe González y Adolfo Suárez. La muerte de Miguel Ángel Blanco marcó un antes y un después en la lucha contra ETA.
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