El corazón de la corrupción patria se desnuda en el caso Koldo, donde las anotaciones de ingresos en efectivo y fotografías de billetes esparcidos, compartidas por WhatsApp para alardear, son solo la punta del iceberg. "Llevo contando chelitos desde hace horas", se jactaban los implicados, sumergidos en una cultura de ostentación y excesos que se convierte en el sello distintivo de este escándalo.

La 'trama Koldo' no escatima en estereotipos: marisquerías, coches de lujo y, por supuesto, propiedades en Benidorm, el 'Manhattan español'. Este enclave, favorito de Koldo para la inversión de las ganancias ilícitas, evidencia una predilección por los áticos frente al mar y un arraigo familiar en las prácticas corruptas, donde incluso su hermano Joseba figura como beneficiario.

La ostentación sigue su curso con la adquisición de vehículos de alta gama; Aldama, por ejemplo, se decanta por modelos como el Ferrari F12 y el Portofino, sin olvidar un Audi A8 y dos Land Rover. Esta obsesión por los coches de lujo refleja el deseo de notoriedad entre los implicados, una declaración material de su 'éxito' ilícito.

El derroche continúa con escapadas al Caribe, destinos exóticos elegidos para disfrutar de lo indebido en compañía de figuras tan controvertidas como el ginecólogo de la esposa de Koldo, implicado en negocios opacos durante la pandemia. Estos viajes, marcados por la burla a las restricciones sanitarias, revelan una audacia que roza la picaresca, con solicitudes explícitas de documentos falsos para burlar los controles.

El desprecio por la ley alcanza todos los niveles, con un Guardia Civil entre los acusados por filtrar información a Koldo, evidenciando la profundidad de la corrupción. Los comentarios despectivos hacia mujeres y homosexuales en las comunicaciones internas añaden un lamentable matiz de misoginia y homofobia al caso.