Europa ha triplicado el número de contagios por coronavirus en el último mes. Mientras nuestro continente se enfrenta al confinamiento como única salvación, Asia parece haber encontrado el camino para vencer al virus. Aunque a las noticias desde Pekín siempre hay que aplicarlas una cuarentena, ahora mismo China sostiene que Wuhan, que fue origen del COVID-19, se ha convertido en la ciudad más segura del país. ¿Qué han hecho allí para acabar con el virus?

Lo primero que cabe destacar es que han hecho una inversión de recursos casi sin fin. También, que optaron pronto por el encierro total de la población. Y es reseñable además la disciplina, a base de mano dura, eso sí. Pero con esa fórmula han conseguido llegar hasta hoy, con una ciudad a la que han viajado en los últimos días 52 millones de turistas chinos para celebrar a fiesta nacional en la región.

Normalidad sin mascarilla

Monumentos hasta arriba, espectáculos multitudinarios... la ciudad se ha convertido de hecho en uno de los principales focos turísticos del país. Allí la normalidad es absoluta, por ejemplo, en los campos de fútbol, donde los espectadores pueden celebrar los goles de su equipo sin mascarilla, ni límite de aforo ni distancia de seguridad.

Y esta no es la primera muestra de normalidad que vemos. En verano, la región celebró un macrofestival a la que miles de personas asistieron con flotador, pero de nuevo ninguna con mascarilla.

Inversión hospitalaria, estado de excepción y disciplina social

Según los datos oficiales no se ha detectado ningún contagio en la ciudad desde mayo. Pero esto no ha sido casualidad: en cuestión de días les vimos construir hospitales enormes, desplegar todo su potencial militar, y miles de sanitarios. Más concretamente, 25.000 de la noche a la mañana.

Además, llevaron a cabo un confinamiento extremo. En Wuhan se decretó el estado de excepción, como en la guerra. Solo uno de cada familia podía salir a hacer la compra dos veces por semana, y cualquiera que saliese a la calle sin justificación era considerado criminal y podía ser detenido.

De ahí, que la otra clave sea la disciplina social, aunque no siempre haya sido voluntaria. La población fue sometida a un estricto control con drones, con sanitarios visitando a los ciudadanos casa por casa para tomar la temperatura uno a uno y persiguiendo casos sospechosos.

En las calles también se vivieron imágenes impactantes, como personas vestidas con EPIs atrapando con una red a un posible infectado. Y de las casas también sacaban a ciudadanos a rastras, no necesariamente porque fuesen positivos, sino porque habían viajado de zonas con altos contagios a otras con menos.

Con todo esto, el gobierno chino no pretendía aplanar la curva, quería fulminarla, llevarla a cero. Y lo consiguieron, aunque con formas muy cuestionables y anteponiendo los resultados a los derechos individuales. Aún así, ellos lo considera una victoria.