No es la primera vez
De Holanda a Kosovo: Europa trasladó presos por falta de plazas, Francia lo hace por aislamiento
El contexto Con una inversión de 400 millones de euros, el Gobierno construirá en la Guayana Francesa — a más de 7.000 kilómetros— una prisión para yihadistas y narcos, con el objetivo de cortar los lazos criminales de los internos.

Franciaquiere romper los lazos que mantienen activos a sus criminales más peligrosos. Y para ello planea enviarlos a más de 7.000 kilómetros de casa, al corazón de la selva amazónica. El Gobierno ha anunciado la construcción de una cárcel de máxima seguridad en la Guayana Francesa, su territorio de ultramar en América del Sur, destinada a albergar a yihadistas, narcotraficantes y otros perfiles de alta peligrosidad.
La prisión, que costará 400 millones de euros y abrirá sus puertas en 2028, tendrá capacidad para 500 internos. Francia justifica el proyecto con el argumento de que alejar a estos reclusos de sus entornos habituales, cortará sus redes criminales y facilitará su aislamiento. Pero el anuncio ha abierto un intenso debate: ¿es legal esta dispersión? ¿Y qué efectos tendrá sobre los derechos fundamentales de los presos?
Aunque la Guayana Francesa es territorio francés, la distancia —equivalente a cruzar medio planeta— plantea interrogantes. No se trata de una transferencia dentro del hexágono, sino de una deportación interior con tintes de exilio. Un modelo que recuerda más a estrategias desesperadas que a decisiones planificadas.
Cárceles exportadas: el precedente belga y noruego
No es la primera vez que un país europeo traslada a sus presos lejos de casa, aunque por motivos muy distintos. Bélgica y Noruega, desbordadas por el hacimiento carcelario, alquilaron entre 2010 y 2018 casi 900 plazas en prisiones holandesas. En ese caso, se trataba de un acuerdo temporal y logístico: los reclusos cumplían condena bajo la legislación de su país, con funcionarios y mandos trasladados desde su territorio.
El experimento no fue precisamente un éxito. Algunos presos se quejaron de haber sido enviados contra su voluntad; otros, que aceptaron voluntariamente, denunciaron problemas de aislamiento, dificultades para comunicarse con el personal holandés y un régimen menos flexible del prometido. Hasta la comida navideña fue motivo de protesta entre los noruegos.
Hoy, el mapa de las cárceles exportadas sigue cambiando: Dinamarca ha alquilado plazas en Kosovo y Holanda sopesa hacer lo mismo con Estonia, esta vez por falta de personal, no de espacio.
Fronteras legales y éticas
Francia no alquilará plazas, construirá su propia prisión. Pero el principio es el mismo: alejar a los presos del territorio nacional. Un modelo que recuerda, por su lógica de exclusión territorial, a la 'Solución del Pacífico' de Australia, donde desde 2001 los migrantes que llegan por mar son interceptados y detenidos en centros remotos de países vecinos como Papúa Nueva Guinea o Nauru. Lugares denunciados por múltiples organismos por las condiciones de vida, el abandono institucional y el impacto psicológico en los internos.
En otro nivel —más oscuro— están las cárceles secretas que Estados Unidos montó fuera de su territorio tras el 11-S para interrogar sin restricciones a presuntos yihadistas. Según se ha podido saber con fuertes evidencias, centros operados en países como Polonia, Rumanía o Afganistán, al margen del sistema legal estadounidense y de los estándares internacionales de derechos humanos.
Francia no será el primer país en alejar a sus presos miles de kilómetros, es más, ya usó la Guayana como colonia penal en el siglo XIX, donde envió a miles de convictos, entre ellos al célebre Alfred Dreyfus. Hoy, más de un siglo después, el fantasma del exilio vuelve a planear sobre la selva.