Se cumplen 10 años de la masacre de la isla de Utoya, en Noruega. Fue el 22 de julio de 2011, cuando un solo hombre, Anders Breivik, asesinó a más de 70 personas, muchas menores de edad, adolescentes que participaban en un evento del partido político al que pertenecían.

El asesino decía estar motivado por su ideología fascista: fue el odio lo que le llevó a perpetrar el mayor atentado de la historia del país nórdico. Una atrocidad que la periodista Ariadna García Chas recuerda en laSexta Clave.

Aquel día, todo empezó en la capital noruega, Oslo, en torno a las 15:30 horas, con una explosión en el centro de la ciudad que mató a ocho personas. El coche bomba que la provocó estaba aparcado al lado de la oficina del primer ministro.

Las cámaras de seguridad captaron a Breivik en el lugar en el momento de la explosión, armado y vestido de policía. Eso le sirvió para llegar hasta Utoya un par de horas después, usando una placa falsa de agente con la que cogió un ferry hasta la isla.

Ese 22 de julio, un grupo de jóvenes del Partido Laborista estaba allí de campamento. Breivik, haciéndose pasar por policía, les reunió para un supuesto control de seguridad; en realidad, quería juntarles para tener a tiro al mayor número de personas posible.

Entre 20 y 30 minutos después, la Policía recibe las primeras llamadas de alarma, pero tarda más de tres cuartos de hora en llegar. Hasta que los agentes desembarcaron en la isla pasaron 47 minutos y solo dos minutos después el asesino se rindió. Un aspecto que ha sido muy criticado, porque algunos creen que si hubieran tardado menos se hubieran salvado muchas vidas.

Cuando los agentes finalmente llegaron, la imagen era de pesadilla, con los cuerpos sin vida de decenas de adolescentes tendidos en la orilla. Breivik iba armado con una pistola y un rifle y les disparó durante más de una hora, dejando 69 víctimas mortales y más de un centenar de heridos.

Tal y como reflejan las imágenes de ese día, uno de los adolescentes se pasó más de una hora agazapado en un acantilado escondiéndose del asesino, agarrado a la pared de roca esperando a que le rescataran. Otros optaron por huir a nado y algunos murieron a nado intentando escapar.

El autor de esta atrocidad es un simpatizante de extrema derecha, de ideología radical e islamófobo. Durante el juicio no solo no pidió perdón, sino que dijo que su acción era 'necesaria' y que actuaba 'en defensa propia' contra la Europa multicultural que odiaba. Incluso saludó al juez con el saludo fascista, un gesto que repetía cinco años después, sin un ápice de arrepentimiento.