Durante su reciente gira por Oriente Próximo, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha reavivado la llama de una idea que ha perdurado durante décadas en el conflicto entre Israel y Palestina: la creación de dos Estados independientes. La propuesta, respaldada por la Unión Europea, Estados Unidos e incluso el Papa, plantea la creación de un estado palestino en Gaza y Cisjordania, coexistiendo en paz con Israel.

Sin embargo, esta antigua noción se encuentra atrapada entre el consenso global y la aparente utopía que la rodea, planteando interrogantes sobre su viabilidad a medida que los acontecimientos históricos y políticos han ido tejiendo una compleja trama en la región.

Reparto previo a 1967 (La Línea Verde)

La propuesta de los dos Estados remonta sus raíces al reparto previo a 1967, conocido como la 'línea verde', con fronteras anteriores al conflicto que dividen el territorio entre Gaza y Cisjordania como Palestina, y el resto como el Estado de Israel. La idea de establecer estas fronteras se plasmó por primera vez en los Acuerdos de Oslo en 1988, con Yasir Arafat evocando la visión de "dos estados para dos pueblos".

Sin embargo, a pesar de los intentos a lo largo de los años, los desafíos geopolíticos y los cambios de liderazgo han dejado esta propuesta en un punto muerto, como un sueño que no logra concretarse.

Los obstáculos

A lo largo del tiempo, la idea de los dos Estados ha enfrentado una serie de obstáculos aparentemente insuperables. Desde la negativa de grupos como Hamás y la Yihad a reconocer a Israel, hasta la división interna en Palestina y la presencia de colonos judíos en Jerusalén Este y Cisjordania, los retos para la materialización de esta solución son múltiples y complejos.

Además, los recientes ataques y la escalada de violencia no hacen más que agregar capas de complejidad a la búsqueda de un entendimiento. A pesar del respaldo internacional, especialmente de Estados Unidos como mediador, la realidad sobre el terreno plantea dudas sobre la viabilidad de esta propuesta, alimentando la percepción de que, quizás, la solución de los dos Estados es más un espejismo diplomático que una realidad alcanzable.