Rememora su Miss Universo
De coronas a tratados: Trump transforma la firma del acuerdo de paz en Gaza en otro concurso de Miss Universo
Los detalles Sin bikinis y con mucho dinero en juego, Trump convirtió el acuerdo de Gaza en un espectáculo: pasó lista a los países, halagó a Meloni, negoció con Indonesia y demostró que su estilo de negociar siempre tiene toque de Miss Universo, con él como dueño absoluto del show.

Donald Trump volvió a ser él mismo, pero esta vez en Gaza. Después de 20 años al frente de Miss Universo, quedó claro que para él la política puede ser simplemente otra edición de su concurso: menos bikinis, más dinero… y, cuando alguien hablaba de paz, él lo convertía en espectáculo.
Trump pasó lista a los países como si fueran concursantes: a unos los felicitaba, a otros los regañaba, y de vez en cuando soltaba comentarios al más puro estilo Miss Universo. A Meloni la halagó con un "¡qué guapa!", con Indonesia se metió en lo que parecía un negocio familiar improvisado, y España, como siempre, recibió un trato especial, mezcla de atención y humor. Todo parecía un concurso, pero con presidentes, ministros y diplomacia internacional en lugar de bikinis.
Si esto sorprende, es porque muchos olvidan que Trump compró Miss Universo en 1996 y desde el primer día montó polémicas. La ganadora de su primer concurso le desagradó: la llamó Miss Asistenta por ser latina y Miss Peggy por otros motivos inexplicables, y la obligó a hacer ejercicio frente a la prensa porque, según él, eso afectaba sus contratos. Años después, Alicia Machado contaría lo mal que la hizo sentir.
No fue un caso aislado: Trump elegía concursantes y países según le convenía para sus negocios, y lo admitió públicamente cuando en 2013 se llevó el certamen a Rusia: "Teníamos 18 países que querían la gala y al final hemos mirado muchas cosas, incluidos los dólares, el dinero".
Para él, los dólares eran la prioridad, mientras las misses solo veían a un jefe del que mejor alejarse. Incluso reconoció colarse en el vestuario mientras se cambiaban: "Lo que hice fue ponerles los tacones más altos y los trajes de baño más pequeños, y fue increíble lo que pasó con las audiencias".
La gran diferencia entre Miss Universo y Gaza es solo el vestuario y las coronas. Antes eran tacones y bikinis; ayer eran trajes de líderes y acuerdos de paz. Pero el estilo era el mismo: chascarrillos, halagos, negociaciones exprés y un ojo siempre puesto en lo que le convenía a él.
Durante décadas, su estrategia funcionó: tres concursos, una agencia de modelos, contratos y audiencias millonarias. Todo cambió cuando decidió lanzarse a la política: sus comentarios xenófobos provocaron que varios países latinoamericanos amenazaran con no participar, la 'NBC' se negó a emitir su concurso… y meses después, vendió Miss Universo y se convirtió en presidente de Estados Unidos.
Ayer en Gaza vimos la versión política de su certamen: un show de poder, negocios y espectáculo, con menos bikinis, más dinero y polémicas incluidas. Trump sigue siendo el dueño del concurso, y el mundo, los concursantes.
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