En un escenario político marcado por la crispación, surge la pregunta sobre cómo superar la política del insulto y el descalificativo. Esta no es una situación nueva para España, que ya ha enfrentado y superado etapas similares en el pasado. ¿Cómo se logró rebajar el tono en anteriores ocasiones? La respuesta yace en la sustitución de la confrontación por el diálogo, aunque la verdadera clave ha sido la influencia de factores externos decisivos.

Entre 1993 y 1996, España vivió lo que se conoció como la legislatura de la crispación, donde el bipartidismo fue endurecido por escándalos y corrupción. La llegada de una mayoría absoluta con Aznar al frente marcó el fin de los debates más ácidos hasta ese momento. Fue un resultado electoral incontestable el que llevó al contrario a reconsiderar una estrategia que dejó de ser efectiva, demostrando cómo un cambio en el panorama político puede propiciar un ambiente más conciliador.

La victoria de Mariano Rajoy continuó este legado, cerrando otra etapa de tensiones elevadas con el PSOE. Durante el año 2010, las consecuencias de la crisis económica avivaron el fuego de la discordia, llevando la tensión de las calles a la tribuna política. No obstante, la capacidad de adaptación y el reconocimiento de la necesidad de un cambio en la estrategia política fueron fundamentales para transitar hacia una era de mayor entendimiento.

Sin elecciones a la vista y sin razones aparentes para suavizar el discurso, la crítica interna emerge como una alternativa viable. El episodio posterior al 11M, donde figuras dentro del mismo partido presionaron por un cambio de enfoque, ejemplifica cómo la autocrítica puede ser un motor para el cambio. Con las próximas elecciones generales a tres años de distancia, la crítica interna entre algunos líderes se perfila como la única opción para iniciar una transformación hacia un debate político más constructivo y menos censurable.