Las catástrofes tienen el poder devastador de arrasar con vidas y sueños, pero en su destrucción yacen semillas de cambio. El incendio en el barrio del Campanar de Valencia pone de relieve esta cruda realidad, alentando un replanteamiento en las normativas de construcción. Este no es un episodio aislado; la historia está jalonada de tragedias que, en su amarga enseñanza, han propiciado avances legislativos significativos. La devastación, por dolorosa que sea, se convierte en un catalizador para la evolución de nuestras normas de seguridad.

Recordemos el incendio del hotel Corona de Aragón en Zaragoza, ocurrido en 1979, que no solo consumió vidas sino que también encendió la chispa para la creación de la primera ley nacional de protección contra incendios en España. Este desastre marcó un antes y un después en la concepción de la seguridad en edificaciones, estableciendo estándares que hoy son pilares fundamentales en la prevención de incendios.

Las lecciones no se limitan al fuego. La tragedia de la discoteca Alcalá 20 en 1983 y la avalancha en el Madrid Arena en 2012 reformaron profundamente las leyes en el ámbito del ocio nocturno y los espectáculos públicos. Estos sucesos trágicos han endurecido las regulaciones sobre materiales inflamables, salidas de emergencia, aforos y evacuación, demostrando que la seguridad es una construcción colectiva que se perfecciona con cada prueba superada.

Incluso fuera de las llamas y los escombros, las catástrofes han sido maestras implacables. La crisis de la talidomina y el escándalo del aceite de colza redefinieron la seguridad en medicamentos y alimentos, respectivamente. Mientras tanto, desastres medioambientales y laborales, como el del Prestige y la exposición al amianto, han reforzado la legislación sobre protección ambiental y salud laboral.