En el 2007, Cataluña experimentó una sequía que, aunque no fue devastadora, marcó el inicio de medidas preventivas. Sin embargo, con la crisis de 2011, las inversiones se paralizaron, retomándose solo con el inicio del procés en 2017. Esta pausa, lejos de ser estancamiento, provocó una innovación estratégica en la gestión del agua.
Desalinizadoras, la respuesta catalana al reto hídrico, han pasado de un modesto rendimiento del 10-20% a operar al 100%. En dos años, han producido agua equivalente a un gran embalse, superando la escasez de lluvias en seis veces. La desalinizadora de Llobregat, activada en 2009, y la expansión de la Tordera en Blanes, duplicando su capacidad, son ejemplos palpables del compromiso catalán.
La infraestructura también ha evolucionado. La desalinizadora de la Tordera, que en 2002 tenía 10 hectómetros cúbicos, prevé duplicar su capacidad, alcanzando los 80 hectómetros para 2027. Además, en 2013, Cataluña inauguró una estación de regeneración en la Petroquímica de Tarragona, marcando una década en 2023 con innovación continua.
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Desde enero de 2023, Cataluña ha integrado agua regenerada en el tramo final del Llobregat. A través de un tratamiento adicional, el agua depurada se mezcla con la natural y, ocho kilómetros más abajo, se captura en una potabilizadora. Este proceso garantiza un suministro seguro y sostenible, desafiando las críticas de supuesta negligencia desde 2008.
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