El 10 de julio de 1954, en pleno franquismo, Madrid fue testigo de una celebración única: la procesión de San Cristóbal, patrón de los conductores, montado en un Jeep.

La jornada comenzó con una misa solemne en honor a San Cristóbal, seguida de la bendición de los vehículos que desfilaban por el centro de la ciudad. Este ritual no solo era una muestra de devoción, sino también una exhibición del poderío y avance que el franquismo quería proyectar. Según el historiador César Rina, autor de 'Ritos festivos y cultura popular durante la dictadura', esta celebración era un reflejo claro del estado nacionalcatólico que España era bajo el régimen de Franco.

Además de los actos religiosos, la festividad incluía concursos y pruebas donde los protagonistas eran los taxistas, cuyo patrón también es San Cristóbal. Estas competiciones variaban entre pruebas curiosas y prácticas, todas diseñadas para fomentar el espíritu comunitario y la celebración cívica.

Aunque la asistencia de autoridades era limitada, la festividad atraía a las familias, representantes sindicales y alcaldes locales, quienes según el régimen eran los pilares de la sociedad. En ocasiones especiales, como el homenaje al filonazi Conde de Mayalde, taxistas de toda España se congregaban para agradecer su mediación ante Hacienda, que había eximido ciertos impuestos a los vehículos.

La festividad de San Cristóbal no era exclusiva de Madrid; toda España participaba de alguna manera, incluyendo lugares tan distantes como la isla de Tenerife.