Suecia, conocida por casi dos siglos de paz, ha dejado atrás su política de neutralidad al solicitar su ingreso a la OTAN, lo cual, según fuentes, podría concretarse en menos de un mes. La autorización de Turquía para este paso estratégico ha desencadenado una serie de alertas que sugieren una respuesta directa a la amenaza rusa.

La presión sobre Rusia se incrementa geográficamente con la adhesión de Suecia a la OTAN, y las consecuencias a corto plazo son una realidad inminente. El jefe del ejército sueco ha lanzado una advertencia: la población debe prepararse mentalmente para una posible guerra. El gobierno, por su parte, también suena la alarma, anticipando un escenario inédito de conflicto en su territorio.

El primer ministro sueco no escatima en advertencias, preguntando: "¿Quién serás cuando llegue la guerra?". En respuesta, el servicio militar civil se restablece, apuntando a formar a 10.000 nuevos reclutas en cinco años para restablecer servicios básicos en caso de un ataque armado. La consigna es clara: defender Suecia o no ser ciudadano sueco.

Ante la creciente amenaza, Suecia ha decidido aumentar significativamente su presupuesto de defensa, destinando el 2% de su PIB para fortalecer su capacidad militar por tierra, mar y aire. Con el objetivo de duplicar el número de soldados en los próximos años, el país se prepara para sobrevivir las primeras 36 horas, siguiendo las recomendaciones de la OTAN.

El enfoque de Suecia se centra en la Isla de Gotland, ubicada a solo 300 kilómetros de la flota militar báltica rusa. Este refuerzo militar no solo protegerá a Suecia, sino que también garantizará la seguridad de otros miembros bálticos de la OTAN, como Letonia y Lituania, ante la amenaza de una posible ocupación rusa.